domingo, 29 de septiembre de 2013

La maldición de Tutankamón

¿Quién protege la tumba del faraón?

En 1922, el arqueólogo inglés Howard Carter realiza un descubrimiento extraordinario al encontrar intacta la tumba del faraón Tutankamón. Sin embargo, los obreros le advierten que pesa una maldición sobre la sepultura y que los que la violen, morirán. Poco tiempo después, la prensa anuncia que los miembros de la expedición son atacados, uno tras otro, por extrañas enfermedades...

Joven diseñador y acuarelista inglés, Howard Carter tiene diecisiete años cuando entra a trabajar en el Museo Británico. Está encargado de hacer copias de los jeroglíficos y, en 1891, es enviado a terreno y desembarca por primera vez en El Cairo. 
Llega a ser ayudante del famoso egiptólogo Flinders Petrie y, no contento con su trabajo, aprende rápidamente la escritura jeroglífica y se transforma en un investigador y en un egiptólogo competente. Lleva nueve años en Egipto, cuando Gastón Maspero, conservador del museo de El Cairo, le confía el cargo de inspector de antigüedades. Sin embargo, renuncia al año siguiente. Aunque está sin empleo, Carter no se decide a regresar a Inglaterra. 

El descubrimiento de la tumba

...Cuando llegué a la obra un silencio poco común me hizo comprender que algo acababa de suceder. Enseguida me avisaron que bajo la primera choza que se había derribado, se acababa de encontrar un escalón tallado en la roca. Era demasiado estupendo para ser verdad. (...) Ahora avanzábamos más rápidamente y, al llegar el crepúsculo, cuando habíamos desenterrado el decimosegundo escalón, vimos la parte superior de una puerta sellada, bloqueada por piedras enyesadas. (...)
Al principio no vi nada, el aire caliente que se escapaba de la cámara hacía temblar la llama de la vela. Luego, a medida que mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, lentamente comenzaron a aparecer formas de extraños animales y de estatuas y por todas partes el oro relucía. Durante algunos segundos, que parecieron durar una eternidad a mis acompañantes, permanecí mudo de estupor. Y, cuando lord Carnarvon preguntó finalmente, usted ¿vio algo?', sólo pude responder ‘‘¡Sí, cosas maravillosas!”. Entonces ensanché todavía más la abertura a fin que los dos pudiésemos ver. Primero, justo frente a nosotros, se encontraban tres grandes lechos funerarios dorados, que habíamos visto desde el principio sin poder dar crédito a nuestros ojos... Luego, a la derecha, dos estatuas atrajeron nuestra atención. Dos estatuas del rey, hechas de madera, de tamaño real, que se encontraban frente a frente, cual centinelas, vestidas con un paño y sandalias de oro y armadas con una maza y un largo bastón, llevando en la frente la cobra sagrada...
"Extracto de una entrevista a Howard Carter, aparecida en el Times en 1922”

¿Qué pasó con Tutankamón?

En 1906, Maspero le presenta a lord Carnarvon, un hombre acaudalado apasionado por la egiptología. Carnarvon consigue una concesión para realizar excavaciones y contrata a Carter. En la primera temporada, los dos hombres y su equipo descubren la tumba de un príncipe de la XVII dinastía. Aunque había sido saqueada, contiene todavía algunos objetos interesantes.
Este primer descubrimiento aumenta el entusiasmo del mecenas, al que Carter expone entonces su raciocinio; todos los soberanos de la XVIII dinastía fueron enterrados en el Valle de los Reyes y todas las sepulturas han sido encontradas, a excepción de una, la del joven rey Tutankamón, quien sucedió por breve tiempo al célebre Akenatón, llamado también Amenofis IV. Los arqueólogos piensan que debido a su escasa importancia y a la brevedad de su reinado, Tutankamón está enterrado en otro lugar. Pero Caner está convencido que no es así y cuando el americano Davis anuncia que ha finalizado sus excavaciones en el Valle de los Reyes, Carter encarece a Carnarvon que pida la concesión. Sus investigaciones y cálculos le permiten circunscribir las excavaciones a un perímetro determinado, pero cuando ambos están listos para lanzarse a la aventura, estalla la Primera Guerra Mundial. Los dos hombres deben esperar hasta 1918 para retomar la tarea.
Miles de metros cúbicos de tierra deben ser removidos a mano, ya que el lugar escogido por Carter está situado en una zona que los demás arqueólogos habían utilizado para depositar sus escombros. Pasan muchas temporadas de excavaciones y los investigadores encuentran algunos objetos, pero no la tumba. Finalmente, en noviembre de 1922, los obreros encuentran unos escalones que se hunden en la tierra y conducen hacia una puerta: es una tumba y Carter avisa a Carnarvon, quien se encuentra en Londres.

La advertencia del canario

Desde hace algún tiempo, Carter posee un canario, con el cual su equipo se ha encariñado, ya que piensan que el "pajarito de oro" trae buena suerte. Pero algunos días antes de la apertura de la tumba, el canario sufre una tragedia: una cobra se desliza en su jaula y se lo traga. La cobra es la serpiente de los faraones, símbolo de la realeza. Los obreros ven en este asunto un mal presagio y, cuando Carter y Carnarvon se preparan a abrir la primera puerta, un contramaestre les advierte que morirán como el pájaro si violan el descanso de Tutankamón. Los arqueólogos no toman en cuenta la advertencia y junto a Evelyn, la hija de Carnarvon, y el egiptólogo Callender, quien realiza sus propias excavaciones a algunos kilómetros del lugar, entran en la sepultura. Una primera cámara les revela un tesoro fantástico: un trono, estatuas, muebles, carros, armas, todo reluce de oro y piedras preciosas. En otro cuarto, recubierto de cerámica azul y oro, están encerrados los tres sarcófagos, encajados uno dentro del otro, de Tutankamón, y una última cámara contiene estatuas y cofres llenos de joyas. Carter y Carnarvon acaban de realizar el descubrimiento arqueológico más importante de todos los tiempos: la tumba intacta de un faraón, milagrosamente preservada de los saqueos.
Radiografía de la máscara de oro de Tutankamón. Aunque el trabajo del oro es de una regularidad admirable, esta imagen reveló la existencia de irregularidades en la capa de oro sobre una de las mejillas y, cosa extraña, el joven príncipe tenía allá una cicatriz...
 ¿La obra de la maldición?

El año siguiente, después de ser picado por unos mosquitos, lord Carnarvon contrae fiebre y su estado empeora rápidamente. Es trasladado a El Cairo, donde muere el 5 de abril de 1923, a las dos de la madrugada. En ese preciso instante, todas las luces de la ciudad se apagan, la electricidad acaba de cortarse,
La prensa, que había oído los rumores acerca de la advertencia hecha al momento de la apertura de la tumba, ve en Carnarvon la primera víctima de la maldición. ¿Acaso no era el socio principal, el verdadero responsable de haber violado el descanso real? Los acontecimientos siguientes dejan felices a los periodistas, ávidos de sensacionalismo. Jorge Benedite, egiptólogo que trabaja para el Louvre, muere después de haber visitado la tumba y su homólogo norteamericano, Arturo Mace, sufre la misma suerte; luego siguen el hermano y la enfermera de lord Carnarvon, el secretario de Howard Carter... Se llega a contar hasta veintisiete muertes "misteriosas", la mayor parte de ellas debido a enfermedades.
La apertura de la tumba de Tutankamón
 La prensa habla entonces de un virus que permaneció cautivo en la tumba durante tres mil años. Pero los exámenes efectuados no revelan la presencia de ninguno. ¿Tal vez el mal fue traído por los murciélagos...? Los periodistas siguen cada pista adicional sobre la maldición, llegando incluso a inventar la existencia de una inscripción en la tumba: "los que entren a esta tumba sagrada serán muy pronto tocados por las alas de la muerte", que nunca existió. Sin embargo, estas muertes en cadena no son suficientes para apoyar la idea, por más seductora que fuese, de una venganza del faraón sobre los que turbaron su descanso eterno. Además que el clima de Egipto es particularmente malsano, hay que reconocer también que, entre los principales actores del drama que penetraron en la tumba, sólo lord Carnarvon tenía cincuenta y siete años cuando murió y hacía años que su salud estaba deteriorada. Howard Carter, Evelyn Carnarvon y el arqueólogo Callender, que participaron con él en la apertura de la sepultura, terminaron apaciblemente sus días, muchos años más tarde.

La moda de la egiptología

Cuando Napoleón I desembarcó en Egipto en 1798, además de los soldados, llevaba consigo numerosos eruditos. De allí nació una ciencia nueva, la egiptología. El descubrimiento de la piedra Rosetta, que tenía grabado un texto bilingüe, permitió a Champollion traducir los jeroglíficos en 1822. Augusto Mariette descubrió en 1851 la necrópolis subterránea de Menfis.
Durante todo el siglo XIX y hasta principios del siglo XX, Egipto estuvo de moda. Europa y América se apasionaron por el país y las expediciones arqueológicas se multiplicaron. Museos y coleccionistas se peleaban los objetos antiguos a precio de oro y los viajeros iban a admirar las pirámides y el Valle de los Reyes. En el Museo del Louvre, nuevas salas acogían cada día más visitantes y, en 1831, el pachá Mehemet-Ali regaló a Luis Felipe, dos obeliscos que adornaban la entrada del templo de Luxor. Treinta y dos años más tarde, el jedive Ismael fundó el Museo de El Cairo y Mariette fue su primer conservador; cuando éste falleció, Maspero ocupó su lugar.
A partir de 1880, los ingleses reemplazaron a los franceses, cuando Flinders Petries fundó la Sociedad de Exploración de Egipto (Egypt Exploration Society). Después de la Primera Guerra Mundial y durante la década de 1920, los investigadores retornaron a las exploraciones con gran entusiasmo.

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