Mi estadía en Norteamérica no fue como
esperaba, y terminó siendo aterradora.
Estaba gozando de mi licencia cuando fui
a visitar a unos parientes que viven allá. La zona rural donde está la casa no
es muy diferente al lugar donde vivo, y como mis parientes trabajaban casi todo
el día comencé a aburrirme desde el primer día.
- Ve a pescar al arroyo -me dijo un día
mi tía-, pero no vengas muy tarde, que aquí no es como allá.
“Aquí no es como allá”, no comprendí su
advertencia. La poca gente que había visto era tan saludadora y servicial como
la gente que conozco, y las pocas zonas de la región que no estaban plantadas
eran campos agradables y bosques, que, comparados con los montes que frecuento
eran jardines.
Sin muchas esperanzas de una pesca
buena, partí con una caña al hombro, silbando despreocupadamente. “Sus bosques
son un paseo para mí”, pensé. Llevaba en
un bolso, además de agua y algo de comer, una cámara de fotos; me habían pedido
que devolviera los peces que atrapara, pero que les sacara una foto para
mostrarles y como recuerdo. Y siguiendo
instrucciones bordeé una plantación de maíz, después atravesé una pradera, y al
final de esta se encontraba el bosque. Encontré fácilmente un sendero ancho que
serpenteaba entre los árboles, y caminé por él algunos cientos de metros. Al
llegar a una parte baja y sombría escuché el rumor de una corriente, tal como
me habían dicho. No mucho más allá estaba el arroyo.
Minutos después observaba una boya que
apenas se movía en el agua turbia. Me senté con la espalda recostada a un árbol
y esperé.
El sol fue cruzando por los árboles que
se erguían en la otra orilla. Todo estaba calmo, tan sereno como el agua, y no
había indicios de peces; pero como soy muy paciente seguí esperando.
Al final de la tarde, cuando unos rayos
verticales del sol atravesaban el bosque penumbroso, la boya se hundió
repentinamente, y, tras una lucha corta saqué un bagre pequeño.
Igual le tomé una foto. Lo devolví al
agua y seguí intentando. Pero pronto los rayos verticales desaparecieron, y
tuve que desistir.
Al tomar el sendero ancho ya estaba de
noche, mas como era tan limpio, sin ramas caídas ni nada que me hiciera
tropezar, la poca luz que aportaban las estrellas y la luna creciente era
suficiente para mí.
Pero de un momento a otro sentí una
sensación aterradora. No había escuchado pasos ni visto movimiento entre los
árboles ni en el sendero, pero sentía claramente que había alguien detrás de
mí, avanzando conmigo. No podía ser alguien que me hubiera sorprendido, todo
estaba silencioso y tengo muy buen oído.
Por alguna razón supe, que además de aterradora aquella situación era
peligrosa, y con la vida en juego pensé rápido. Sin detenerme, saqué
disimuladamente del bolso la cámara de fotos. Mi plan era encandilar con el
flash a lo que estuviera detrás de mí, y con esa pequeña ventaja voltear y
defenderme como pudiera. Apreté el
botón apuntando sobre mi hombro y cerré los ojos, giré inmediatamente y, no
había nada. En el resto del camino no
sentí nada extraño.
No comenté nada por orgullo; contar que
me había asustado en aquel bosque, jamás. Pero de todas formas mis parientes se
enteraron, porque al revelar el rollo de la cámara, salió una foto que mostraba
mi hombro, parte de mi cara y cuello, y detrás de mí estaba un hombre sin
rostro, era alto y por demás delgado, y vestía de traje.
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