Lejos de lo vertido por la Leyenda Negra contra España, la
catástrofe demográfica estuvo causada por las epidemias portadas por los
europeos. Los habitantes de América habían permanecido aislados del resto del
mundo y pagaron a un alto precio su fragilidad biológica.
El término anacrónico de «Genocidio Americano» es uno de los puntales de la leyenda negra
que vertieron los enemigos del Imperio español para menoscabar su prestigio. En
un grabado holandés del siglo XVII aparece Don Juan de Austria, héroe de la
batalla de Lepanto, vanagloriándose del martirio de un grupo de indígenas
americanos. La mentira es insultantemente estúpida: el hijo bastardo de Carlos
I de España jamás participó de la conquista ni siquiera pisó suelo americano. Así,
entre mentiras, cifras exageradas y episodios novelados, se gestó el mito que
pervive hasta la actualidad de que los españoles perpetraron una matanza masiva
y ordenada de la población americana. La verdad detrás de esta controversia
histórica muestra que el auténtico genocidio, pese a que los españoles no
escatimaron en brutalidad para llevar a cabo sus propósitos, lo causaron las
enfermedades portadas por los europeos.
La catástrofe demográfica que sufrió el continente americano
desde 1492 –el año del Descubrimiento de Cristóbal Colón– es un hecho
irrefutable. Antes de la llegada de los españoles se ha estimado
tradicionalmente que la población del continente se encontraba entre los 40
millones y los 100 millones. No obstante, el hispanista venezolano Ángel Rosenblat argumenta en su estudio «La población de América en 1492: viejos y
nuevos cálculos» (1967) que la cifra no pasaría de 13 millones,
concentrándose los principales grupos en las actuales regiones de México y de
Perú, ocupadas por el Imperio azteca y el
Inca respectivamente. Sea una cifra u otra, la disminución demográfica fue
dramática: el 95 % de la población total de América murió en los primeros 130
años después de la llegada de Colón, según el investigador estadounidense H. F. Dobyns.
La sangría demográfica hay que buscarla en dos factores: el
traumatismo de la conquista (las bajas causadas por la guerra, el desplome de
las actividades económicas y los grandes desplazamientos poblaciones) y sobre
todo las enfermedades. Los habitantes de América habían permanecido aislados
del resto del mundo y pagaron a un alto
precio el choque biológico. Cuando las enfermedades traídas desde Europa,
que habían evolucionado durante miles de años de Humanidad, entraron en
contacto con el Nuevo Mundo causaron miles de muertes frente a la fragilidad biológica de sus pobladores.
Un sencillo catarro nasal resultaba mortal para muchos indígenas. El resultado
fue la muerte de un porcentaje estimado
del 95% de la población nativa americana existente a la llegada de Colón
debido a las enfermedades, según los cálculos del ecólogo Jared Diamond.
Fueron las grandes
epidemias, sin embargo, las que provocaron el mayor impacto. Una epidemia
de viruela que se desató en Santo Domingo entre 1518 y 1519 acabó con
prácticamente toda la población local. Esa misma epidemia fue introducida por
los hombres de Hernán Cortés en México y, tras arrasar Guatemala, bajo hasta el
corazón del Imperio Inca en 1525, donde diezmó a la mitad de la población.
Precedido por la viruela, la llegada de Francisco Pizarro a Perú fue el golpe
final a un imperio que se encontraba colapsado por las enfermedades. La epidemia de viruela fue seguida por la
de sarampión, entre 1530-31; el tifus, en 1546; y la gripe, en 1558. La
difteria, las paperas, la sífilis y la peste neumónica también golpearon fuerte
en la población.
El genocidio en la
leyenda negra
«Los españoles han causado una eliminación miserable de 20
millones de personas», escribió en su texto «Apología» el holandés Guillermo
de Orange, esforzado padre de la propaganda negativa del Imperio español.
Con la intención de menoscabar el prestigio de la Monarquía hispánica, dueña
absoluta del continente durante casi un siglo, los holandeses, los ingleses y
los hugonotes franceses exageraron las conclusiones del libro «Brevísima relación de la destrucción de
las Indias», escrito por el fraile dominico Bartolomé de Las Casas. Probablemente, este fraile, que acompañó a
Cristóbal Colón en su segundo viaje, no habría jamás imaginado que su texto iba
a ser la piedra central de los ataques a España cuando denunció el maltrato que
estaban sufriendo los indígenas. Como explica Joseph Pérez, autor de «La
Leyenda negra» (GADIR, 2012), Las Casas pretendía «denunciar las
contradicciones entre el fin –la evangelización de los indios– y los medios
utilizados. Esos medios (la guerra, la conquista, la esclavitud, los malos
tratos) no eran dignos de cristianos; el hecho de que los conquistadores fueran
españoles era secundario»
Las traducciones y reediciones de la «Brevísima relación de la destrucción de las Indias» se
multiplicaron entre 1579 y 1700: de ellas 29 fueron escritas en neerlandés, 13
en francés y seis en inglés. Lo que todos obviaron cuando emplearon a de Las
Casas para atacar al Imperio español es que él mismo representaba a un grupo de
españoles con el coraje de denunciar la
injusticia, la mayoría misioneros, y a una creciente preocupación que con
los años atrajo el interés de las autoridades. Este grupo crítico consiguió que
en 1542 las Leyes Nuevas confirmaran la
prohibición de reducir a los indios a la esclavitud y sancionaron el fin
del trabajo forzoso, la encomienda. Asimismo, en la controversia de Valladolid,
donde por desgracia se sacaron pocas conclusiones finales, se enfrentaron
quienes defendían que los indígenas tenían los mismos derechos que cualquier
cristiano contra los que creían que estaba justificado que un pueblo superior
impusiera su tutela a pueblos inferiores para permitirles acceder a un grado
más elevado de desarrollo.
Las leyes nuevas
sancionaron el fin del trabajo forzoso
Curiosamente, los enciclopedistas franceses, muy críticos
con todo lo referido a España en otras cuestiones, fueron los primeros en ver
que las cifras presentadas por de Las Casas –20 millones de muertos causados
por los métodos de los conquistadores– eran del todo imprecisas. En «El Ensayo sobre las costumbres»
(1756), Voltaire afirma que Las Casas
exageró de forma premeditada el número de muertos e idealizó a los indios para
llamar la atención sobre lo que consideraba una injusticia. «Sabido es que la
voluntad de Isabel, de Fernando, del cardenal Cisneros, de Carlos V, fue constantemente la de tratar con consideración a los
indios», expuso en 1777 el escritor francés Jean-François
Marmontel en una obra, «Les Incas»,
que por lo demás está llena de reproches hacia la actitud de los conquistadores.
La Revolución francesa y la emancipación de las colonias en América elevaron a
de Las Casas a la categoría de benefactor de la Humanidad.
Los críticos se
convierten en los conquistadores
Más allá del brutal impacto de las enfermedades, es cierto
que la violencia de la Conquista de América provocó la muerte directa e
indirecta de miles de personas. El que existiera un grupo de personas críticas
con los métodos empleados por los conquistadores –un grupo de hombres que
perseguían como principal objetivo el hacerse ricos– o que los Reyes españoles
plantearan soluciones –aunque fueran incompletas e incluso hipócritas– no exime
a España de sus pecados históricos y del daño cometido, pero sí la diferencia
de precisamente los países que censuraron una actuación que luego ellos mismos
practicaron. Sin entrar a valorar el fangoso proceso llevado a cabo por los
anglosajones en Norteamérica, la explotación de caucho en el África negra dejó
a sus espaldas 10 millones de muertos en el Congo Belga.
«La colonización europea de los siglos XIX y XX fue culpable
de crímenes semejantes a los cometidos por los conquistadores españoles. La
única diferencia es que no encontraron a un de Las Casas para denunciar las
injusticias con tanta repercusión», sentencia el hispanista Joseph Pérez en el
citado libro.
Fuente: Un surco
en la sombra
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