Lo que aparenta ser una silla de brazos de roble con
asiento y respaldo de cuero trabajados con dibujos geométricos tiene una
leyenda detrás de él.
Actualmente se encuentra expuesto en el Museo Provincial
de Valladolid como un exponente más del mobiliario del siglo XVI. Pero con una
pequeña salvedad, aquel que se sienta en el y no sea médico, morirá en tres
días… al menos eso cuenta la leyenda.
Nos remontamos a 1550, el reputado cirujano Alfonso
Rodríguez de Guevara establece en Valladolid la primera cátedra de anatomía de
España, impartiendo lecciones de disección y estudio anatómico de cadáveres
procedentes del Hospital de Corte y de Resurrección. La reputación del cirujano
granadino atrajo a Valladolid a Andrés de Proaza, un médico reputado de origen
portugués con prestigio profesional en aquella época.
Cuando las autoridades se personaron en la casa, fueron
testigos de un espectáculo dantesco. Allí, sobre un mesa de madera, estaban los
restos de un niño que días antes había desaparecido de la zona y que había sido
objeto de mutilaciones y disecciones en vivo (vivisección) como confesaría más
tarde. Los restos del niño se entremezclaban con restos de perros y gatos
igualmente diseccionados.
Fue detenido, acusado de brujería y llevado a prisión.
Durante el juicio Andres de Proaza aseguro que no había practicado brujería ni
hechicería pero si aseguro tener un
pacto con el diablo y utilizar como médium el sillón de su escritorio que un
nigromante de Navarra se lo había regalado. Aseguraba que a través del sillón
recibía toda la sabiduría de la medicina, advirtiendo lo que hoy se ha
convertido en leyenda: Solo aquellos que tengan altos conocimientos medicinales
podrán sentarse en el sillón, si no, morirán en tres días. Si intentan
destruirlo, correrán la misma suerte.
Condenado a la horca, sus bienes se subastaron. Nadie
pujo por sus enseres y pertenencias por miedo a la macabra aura que les rodeaba
y fueron a parar al trastero de la universidad. Alli encontró el sillón un
bedel de la universidad que utilizo para descansar entre clase y clase. Pasado
tres días, fue hallado muerto sentado en el. El bedel que lo sustituyo corrió
la misma suerte a los tres días y en el propio sillón.
Las palabras de Andrés, tomaron más fuerza entonces. La
decisión fue colgar el sillón boca abajo el techo de la capilla de la antigua
Universidad de Valladolid para impedir que nadie pudiese sentarse.
Allí permaneció casi 350 años, hasta que el edificio fue
derribado y fue trasladado al que hoy es su actual ubicación, el Museo de
Valladolid en el Palacio de Fabio Nelli.
Fuente: Fenomeno.es
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