Las
extrañas costumbres de los indios jíbaros
Popularizados por la literatura de
exploración y de aventura por su técnica de reducción de cabezas, los jíbaros
son hasta nuestros días uno de los pueblos más salvajes de América Latina.
Este carácter salvaje y el miedo que
sentían por ellos sus enemigos, hicieron de los jíbaros una de las pocas tribus
que sobrevivieron a la invasión de América del Sur por los europeos.
Los
jíbaros
La siniestra reputación de los jíbaros
no se inicia con su encuentro con los blancos, ya que incluso los incas les
temían. Hacia el año 1450, el ejército de Tupac Yupanqui ataca una provincia
situada en la actual frontera entre el Perú y Ecuador, al norte del río
Marañón.
Sus soldados sienten una violenta
repulsión hacia aquellos indios de la selva: no sólo son feroces combatientes,
sino también decapitan a los enemigos vencidos y reducen sus cabezas hasta que
queden más pequeñas que sus puños. Los incas terminan por ganar la guerra, pero
no logran someter completamente a los jíbaros, que se refugian en la densa
selva de América del Sur. Los jíbaros son parte de un pequeño grupo de culturas
lingüísticamente aisladas. Viven de la caza, de la pesca y de la recolección.
La unidad social básica es la familia, en su sentido amplio: viven agrupados en
una casa grande, dividida en dos partes, una de ellas reservada a los hombres y
la otra a las mujeres. Esta vivienda, en sí misma una suerte de pueblo, es
generalmente parte de un grupo mayor de casas, cuya cohesión se basa sobre todo
en los lazos familiares, Los jíbaros son también guerreros y su sociedad
igualitaria funciona con un jefe sólo en tiempo de guerra.
Pero éstas son numerosas: la etnia tiene
como enemigo hereditario a los achuaras, una tribu vecina. Sin embargo, los
achuaras no son suficientes para saciar los instintos sanguinarios de los
jíbaros y, cuando el enemigo escasea en el exterior, se matan a veces entre sí
con los pretextos más diversos, por el solo prestigio guerrero.
Los
tsantsas
El gran guerrero es aquel que mata más
enemigos. De cada victoria conserva un testimonio: una cabeza cortada y luego
reducida. Esta costumbre no tiene por único objeto hacer alarde de trofeos de
guerra durante las fiestas tradicionales.
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Un tsantsa. Al reducir la cabeza del enemigo vencido, el jíbaro encerraba el alma del muerto. El trofeo era llevado por el guerrero en las fiestas. |
Pretende, además, que el espíritu del
muerto, el muisak, no vuelva para vengarse del asesino. Por ello, el guerrero
que mató a un enemigo debe llevar a cabo un complejo ritual, destinado a
encerrar el alma del muerto en su propia cabeza, cuidadosamente reducida,
llamada tsantsa.
La preparación de la cabeza dura varios
días y las operaciones materiales se alternan con las ceremonias mágicas. Para
evitar la descomposición, la reducción empieza en el camino hacia el pueblo.
Los párpados son cocidos para que el muerto no pueda ver lo que lo rodea y la
piel endurecida se tiñe de negro para que su espíritu quede para siempre sumido
en la oscuridad. Los huesos del cráneo son retirados previamente y los ojos y
los dientes son lanzados en ofrenda a las anacondas de los ríos. Una vez que el
ritual ha terminado, se hace un orificio en la parte superior de la cabeza
reducida, por el que se introduce un lazo. Luego, el tsantsa es envuelto en una
tela y guardado por el guerrero en una vasija de barro. Durante las fiestas,
los guerreros lucen las cabezas de sus enemigos colgadas al cuello... No hay
razón para temerle a la cabeza tratada, donde el muisak está encerrado para
siempre.
A partir del siglo XIX, los jíbaros
comenzaron a intercambiar las cabezas reducidas por objetos y armas. Los traficantes
revendieron los trofeos en Europa, donde se convirtieron en curiosidades
buscadas por los coleccionistas y los museos. Un tráfico de falsos tsantsas
sigue, por lo demás, en pleno auge. Hoy en día las comunidades de jíbaros,
nunca totalmente pacificadas por los blancos, tienen guerras periódicamente. Se
dice que se han seguido reduciendo algunos muisaks, a pesar de las severas
leyes ecuatorianas y peruanas sobre esta materia.
Triste
suerte para los prisioneros
En diversos puntos del mundo, otras civilizaciones
también han practicado la decapitación de los enemigos vencidos, sino la
reducción de sus cabezas. Pero existe también otro tipo de tratamiento.
Emboscada en Grecia. Los griegos
sacaban utilidades de la masacre de sus cautivos de guerra convertidos en
esclavos; organizaban torneos de cacería humana, llamados criptios, para
entrenar a sus jóvenes soldados. Tucídides cuenta que, en un día, 2.000 ilotas
(pueblo vencido por los lacedemonios) fueron soltados por los espartanos fuera
de los pueblos para ser acorralados y degollados de noche por adolescentes,
sólo armados de un cuchillo, que debían permanecer escondidos durante el día.
Festín en América del Sur. Los aztecas
eran grandes homicidas rituales: reservaban un fin práctico para los cautivos
españoles y los indígenas aliados a Cortés. Los sacerdotes los adornaban con
plumas y los obligaban a bailar frente a los ídolos antes de arrancarles el
corazón en el altar. Luego, empujaban los cadáveres por las escaleras de la
pirámide, donde otros sacerdotes les cortaban piernas y brazos que preparaban
para el banquete. Para las fiestas del dios azteca Huizilopochtl, se
sacrificaba al prisionero de guerra más joven, después de aparearlo con 4
vírgenes. Su cuerpo era luego repartido entre los sacerdotes y los nobles. En
el siglo XVI, el portugués Damiâo de Coes afirma que las tribus brasileras
depilan a sus prisioneros cristianos y les ofrecen mujeres a la espera de la
fiesta más cercana. Durante la fiesta, el cautivo es amarrado a un palo y
obligado a beber y a bailar. Después, el guerrero que lo capturó le rompe el
cráneo en un simulacro de combate y luego le corta la cabeza y las manos. Las
mujeres lo preparan después para el festín de los guerreros.
La fabricación de los tsantsas
Lo primero es desollar la cabeza. Para
eso, el guerrero jíbaro practica una incisión vertical encima de la nuca y
luego separa el cuero cabelludo del cráneo.
Enseguida hierve la piel para que el
pelo no se desprenda. El preparador espera que se haya reducido a la mitad, la
saca del agua y la pone a secar. Después raspa cuidadosamente la superficie
interior de la dermis y cose los párpados y la incisión inicial para que no
quede ninguna abertura a excepción del cuello y de la boca.
Sin embargo, la cabeza es aún demasiado
grande. El preparador introduce por el cuello unas piedras calientes para que
la cabeza no se deforme a medida que la piel se contrae. Después se queman los
vellos del rostro y se amarra el cuello antes de llenarla con arena caliente
por la boca, último paso en la reducción de la cabeza. La arena una vez fría,
es vaciada, la piel teñida de negro y los labios cosidos. El tsantsa ya no es
más grande que el puño. Toda la operación duró seis días.
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