El bebé se quejó
incómodo. La habitación estaba oscura, pero Luciano, que había escuchado el
quejido de su hijo, no encendió la luz porque la cuna estaba al lado de la
cama. Estiró el brazo para mecerla un poco, mas apenas pudo arañar el borde de
la cuna.
Había hecho eso
medio dormido, pero al notar que no la alcanzaba despertó completamente, un
poco alarmado incluso. Se sentó en la cama y encendió la veladora. En efecto,
la cuna estaba más apartada.
En ese momento
la esposa de Luciano también se despertó, y al ver a su marido meciendo la cuna
le preguntó en voz baja:
- ¿Se despertó?
- No, pero casi, se estaba quejando.
Parece que alejé la cuna sin querer, porque no la alcanzo desde la cama, pero
ya la acomodo. Mejor sigue durmiendo que en cualquier momento se despierta
enserio.
Ella siguió su
consejo, se dio media vuelta y quedó dormida. Él se acostó y apagó la luz.
Ahora no tenía sueño, y con los ojos cerrados escuchaba la respiración de su
hijo.
Pasaron los
minutos, media hora, una hora, y él seguía despierto, aunque estaba inmóvil y
con los ojos cerrados. Algo lo mantenía alerta, era el asunto de la cuna;
aunque la hubiera empujado muy fuerte sólo la hubiera mecido, no podía haberla
movido, pero, ¿qué otra cosa podía ser?
De pronto
escuchó un ruido apenas perceptible, después un leve chirrido. Estaban
corriendo la cuna, la estaban acercando a la ventana. Luciano encendió la
veladora y se levantó al mismo tiempo, y fue tan rápido que lo que intentaba
robar a su hijo enganchando la cuna con un dedo larguísimo que había estirado
desde la ventana entornada, aún se asomaba tras el vidrio, y era una anciana espeluznante
de cabellos electrizados y ojos completamente negros, diabólicos: era una
bruja. La bruja, al verse descubierta retrajo el dedo que había alargado con su
magia, para inmediatamente desaparecer hacia atrás y perderse en la oscuridad.
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