Mi nombre era Luzbel, pero hace mucho tiempo que nadie me llama así; Ahora me
conocen por otros nombres, seudónimos que siempre se asocian al mal y que
paralizan la sangre con solo ser escuchados.
Y eso la convierte en mi
favorita, pues para ella solo soy el ángel caído. Es la joven más dulce que
pudiese existir. Le conozco desde pequeña, le he visto crecer y convertirse en
la mujer que es hoy. Aunque también la he visto caer. Como yo también fue
expulsada de su cielo: de una sociedad a la que desea pertenecer y le rechaza.
Ni siquiera lo imagina pero tenemos más cosas en común de lo que se piensa. Eva,
ese es su nombre…
Eva era apenas una chiquilla la primera vez que vino a
verme. Su padre le llevaba de la mano. Vi su carita cuando la levantó para mirar
lo que su padre señalaba en las alturas; entonces descubrí como el asombro
llenaba sus ojos al descubrirme (con una rapidez asombrosa para una niña tan
pequeña). Soltó la mano de su padre y corrió hacia mi jardín. No logró saltar la
baranda a tiempo y su padre le sostuvo de nuevo. Aquella tarde Eva se alejó
llorando, pero cada pocos pasos se volvía y me miraba entre lágrimas. Y desde
aquella tarde, Eva no faltó ni un día a su cita conmigo.
A veces jugaba
con su pelota cerca de mí y la tiraba hacia mi jardín, colándose a recogerla
sólo como excusa para poder tocar la columna sobre la que yo estaba. Otras
veces, se sentaba muy formal al lado de su padre, dando de comer a las palomas
mientras mantenía largas conversaciones mentales conmigo. Que yo no le
contestara no la desanimaba y seguía contándome sus pequeños secretos.
Lentamente iba creciendo: sus gustos y sus actitudes cambiaban. Ya no saltaba al
jardín, se limitaba a permanecer sentada en un banco leyendo o estudiando. Pero
seguía hablando conmigo, contándome sus secretos que, por supuesto también iban
creciendo…
Hoy también ha venido. Últimamente actúa de forma extraña. Ronda
por el parque todo el día, como si buscase algo. Cuando se sienta a mi lado
parece nerviosa y desasosegada.
Al medio día se ha parado junto a mí,
pero enseguida ha desaparecido metiéndose entre unos arbustos cercanos. He visto
alguna vez a los niños jugando al escondite en ese lugar. Les he oído pensar en
el hueco que se esconde bajo sus ramas y que los oculta del mundo. Ahora la
siento allí acurrucada. Oigo su respiración calmada. Creo que se ha dormido,
aunque no logro adivinar porque se ha escondido ahí para dormir. Ojala pudiera
preguntárselo algún día…
La noche ha caído. Oigo a los guardias del
parque acercándose mientras hacen la última ronda de la jornada. Puedo sentir a
Eva, despierta y alerta bajo los arbustos. Siento como se tensa cuando escucha
hablar a los guardias: su corazón se acelera y su respiración se detiene durante
un par de segundos. Tal vez este asustada ante la posibilidad de ser
descubierta. Desde hace años los guardias recorren el parque al comenzar la
noche y luego no viene nadie más hasta el amanecer. Es probable que Eva haya
dormido demasiado y al darse cuenta de que venían los vigilantes ha visto como
sus esperanzas de salir a tiempo se han esfumado.
Las voces se alejan y
Eva sale a gatas de su escondite. Empuja un bulto negro delante de ella. Se
dirige a su banco, con el paso un poco vacilante por las horas de inactividad.
Allí abre el bulto y empieza a sacar cosas y a disponerlas encima de la piedra.
Por primera vez no me habla con la mente, sino con un susurro dulce. Por un
momento pienso que si ella está allí la noche será mágica y todo puede pasar.
Luego el momento se va y me concentro en escuchar lo que Eva me
cuenta.
Ni un solo instante a dejado de hablar de los recuerdos que
comparte conmigo y de las ganas que tenía de poder pasar una noche a mi lado. Me
deslumbra al quedarse desnuda completamente. Saca del bulto unas medias negras y
unas bragas de encaje rojo. Se las pone con cuidado mientras sigue hablando sin
parar. Coge un carmesí vestido de noche. Lo sacude un poco para estirar las
arrugas y se viste. Por último, se calza unos zapatos de charol carmín con tacón
de aguja. Dobla las ropas que se había quitado y las guarda en el bulto negro
que ahora identifico con una mochila, saca de ella una bolsa térmica que
contiene una botella. Es cava según me informa ella misma. Pone la mochila
debajo del banco y descorcha el botellón y lo levanta hacia la oscura noche.
Escucho su voz dulce susurrando de nuevo: está brindando por mí y por nuestras
primeras noches juntos y bebe un largo trago. Después se levanta, tambaleándose
un poco por los tacones, y da una vuelta completa sobre sí misma enseñándome su
vestido y preguntándome si me gusta y que se lo ha puesto para mí. Esta noche la
he visto más hermosa que nunca. Vestida así está bellísima, pero aún lo estaba
más en su inesperada desnudez.
Vuelve a sentarse y sigue bebiendo de la
botella a sorbos. Por fin me está contando todo lo que le preocupaba desde hacía
meses y que no había sido capaz de decirme. Se quedó sin trabajo, perdió su
casa, la abandonaron sus amigos… Llevaba un par de meses viviendo en la calle.
Por eso la veía más tiempo durante el día. Por eso aquella noche había decidido
por fin dormir a mi lado. Eva inclina su cabeza hacia atrás y pronuncia la frase
que desata el todo: ¡Ojala pudieras bajar aquí!
Segundos más tarde, me
encuentro sentado a su lado, en el banco de piedra. Temo asustarla, por eso
llevo mi mano muy despacio hasta su cintura. Ella se estremece un poco pero no
es miedo lo que percibo en su mente: el frío que siente cuando la toco es el
culpable. Aunque cada vez parezco más humano y menos estatua, aún no he perdido
del todo el frío del bronce del que estoy hecho. Ha hecho que me sienta más vivo
que nunca. Por un lado deseo que se vuelva y me mire, pero por otro me da miedo
lo que pueda encontrar en sus ojos cuando se crucen con los míos. Finalmente me
armo de valor y susurro su nombre:
Eva…
Mi ángel caído – susurra ella
sin volverse.
Por favor, Eva, mírame – acaricio su pelo mientras hablo,
aunque sé que no necesita que la tranquilice. Vuelvo a ser de carne y hueso, mi
mente sigue conectada a la suya.
¿Estás aquí de verdad? ¿No eres un sueño
ni una alucinación? – no se atreve a volverse por miedo a que yo
desaparezca.
Compruébalo tú misma. En serio, estoy aquí. Me has llamado y
he venido. Me has despertado y te pertenezco durante toda esta
noche.
Bueno, eso es un cambio porque he sido yo la que siempre te he
pertenecido a ti.
¿Por eso tienes miedo de mirarme?
¿Miedo de ti?
¿Cómo se puede temer a aquello que se ama?
Eva se vuelve hacia mi.
Sus ojos se quedan atrapados en los míos. Sus labios se encuentran apenas a unos
milímetros de los míos. El deseo me resulta insoportable y cruzo la línea: borro
la distancia que nos separa y beso sus labios. Ella corresponde con un deseo aún
mayor que el mío. La abrazo con fuerza, se refugia contra mi pecho, cruzando sus
piernas sobre las mías como si eso pudiera acercarnos aún más. Somos incapaces
de separar nuestros labios, así que seguimos besándonos durante unos minutos.
Cuando por fin logro separar mi boca de la suya lo hago sólo para que mis besos
bajen por su cuello. Recorro despacio sus hombros y su escote. Me detengo en el
nacimiento de sus pechos sólo porque allí noto más fuerte el latido de su
corazón. Ella se acerca a mi oído y susurra dos palabras que avivan el fuego de
mi interior: “Hazme tuya”. La beso de nuevo, con más fuerza que antes. Ya no
tengo miedo de herirla, ya no queda en mí nada de la estatua que era. Paso uno
de mis brazos por debajo de sus rodillas y aseguro el otro tras de su espalda.
Ella se agarra a mi cuello, enredando sus dedos en mis cabellos. Me levanto con
Eva entre mis brazos y me dirijo al jardín más cercano. Con mucho cuidado la
deposito en la hierba y me tiendo a su lado.
Los besos de Eva se hacen
cada vez más urgentes así que bajo mis manos hasta sus piernas y subo
acariciando su piel por debajo del vestido. La despojo de sus ropas despacio a
pesar de que el deseo de ver de nuevo su desnudez me consume por dentro. Sólo me
doy cuenta de que yo ya estoy desnudo cuando siento el calor de la piel de Eva
contra mi vientre y sus uñas clavándose en mi espalda. Por primera vez en muchos
siglos siento el dolor recorriendo mi cuerpo: el dolor de sentir mi piel rasgada
y el sufrimiento de separar mis labios de los de Eva. Pero no puedo mantenerme
lejos de su cuerpo durante mucho tiempo. Vuelvo a recorrerlo con los labios y
con las manos. Tomo posesión de cada centímetro de su piel tal y como ella me ha
pedido. Siento sus gemidos en cada poro de mi piel acrecentando aún más mi
deseo. Llego a sus piernas y hundo mi cabeza entre ellas. Eva suspira en el
momento en que mi lengua encuentra su sexo y empiezo a lamerlo despacio. La
siento estremecerse entre mis manos. Por enésima vez esa noche no puedo esperar
para unirme a ella, pero esta vez no me resisto. Vuelvo a buscar su boca con la
mía mientras dejo que sus piernas se abracen a mi cintura. La penetro con fuerza
y ella jadea con sus labios contra los míos. Eva ayuda con sus piernas a que
cada vez me hunda más en su interior.
Siento como se agita un poco debajo
de mi cuerpo y un segundo después me encuentro con la espalda pegada al suelo y
con Eva cabalgando sobre mí. Ahora es ella la que marca el ritmo. Lo mantiene
tan lento que creo que me voy a volver loco. Cambia a cada instante sus
caricias, pero siempre un poco más rápido. Por un momento la veo resplandecer y
sé que el mundo no existe ya para ella. Puedo sentir en su mente como el placer
recorre su cuerpo. Eso desata mi propio placer y siento de primera mano lo que
un segundo antes sentía a través de Eva. Nuestras manos se encuentran en ese
mundo paralelo donde no hay nada más que nosotros dos y nuestros
sentimientos.
Y ahora ¿qué va a pasar? ¿Volverás a tu columna? – pregunta
Eva susurrando en mi oído.
Debo hacerlo. ¿Te gustaría quedarte
conmigo?
¿Puedo?
Sólo si lo deseas realmente Eva me mira a los ojos… sé
su respuesta.
La mañana está avanzada. Vuelvo a estar en mi columna. A
mis pies, una cinta amarilla rodea la barandilla. Dos policías buscan entre las
flores. Dos enfermeros esperan junto a una ambulancia a que les den la orden de
levantar el cadáver. Otros dos hombres examinan el cuerpo sin vida de la mujer
que yace en el jardín. Su vestido de noche rojo y sus zapatos de tacón les han
despistado al principio aunque pronto han encontrado la mochila bajo el banco y
la botella vacía. Si supieran la causa de su muerte se sorprenderían aún más,
pero no encontrarán nada. Eva, o mejor dicho, el espíritu de Eva, está sentada a
mi lado mirando hacia abajo. Su mano suave acaricia la mía.
¿De verdad me
quedaré siempre contigo?
Sólo hasta que tú quieras.
Entonces será
para siempre. reflexiona durante unos segundos y luego vuelve a hablarme
¿Dejarás de…? ¿Volverás a…? Le cuesta encontrar las palabras, pero sé lo que
quiere preguntarme.
Sí, mientras sigas deseándolo, cada noche volveré a
ti...
Escrito po Kisara
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