En la pequeña localidad bávara de Konnersreuth, en Alemania, vivió Teresa Neumann, una mujer de condición social humilde y de escasa cultura. Era muy religiosa, ferviente creyente en Cristo, y presentaba un comportamiento sumiso casi masoquista. La joven Teresa trabajaba como sirvienta en una granja. La mañana del 10 de marzo de 1.918, al ayudar a acarrear cubos de agua para apagar el incendio de otra granja, se mojó y se desvaneció. Fue presa de una extraña enfermedad que empezó por un dolor en la región lumbar, derivó en una luxación de columna y acabó paralizada sin poder caminar.
Fué ingresada en la residencia hospitalaria de Waldasassen. El origen de su insólita enfermedad nunca fue hallado. Según del Dr. Ewald Wunderle, su causa era producto de una crisis nerviosa derivada de las penurias familiares sufridas tras finalizar la I Guerra Mundial, y que estuvo psíquicamente latente durante cuatro años (de los 16 a los 20). Teresa sufrió las consecuencias de la pobreza de una familia de 11 hermanos, en la que ella era la mayor. Su proceso represivo se manifestó somáticamente a través de un cuadro histérico en el incidente del fuego, que produjo el colapso psicomotriz en su cuerpo. Posteriormente, como consecuencia del mismo colapso psiconervioso, se quedó ciega y sorda. Al no poder tratarla, fue enviada a casa.
Cuando era tratada por el Dr. Seidl con pomadas, ungüentos u otras medicinas, su cuerpo respondía mal y sus dolencias se agravaban aún más.
Por orden de su confesor, el reverendo Naber, párroco de la localidad, suprimieron el tratamiento médico. Progresivamente, la enfermedad fue derivando hacia una neurosis de conversión religiosa en la que se transfería las culpabilizadas de Jesús y sus sufrimientos.
Se alimentaba cotidianamente con un poco de agua y algunos fragmentos de una hostia consagrada, que le traía el párroco. El 17 de Mayo de 1.925 -siete años después- y durante una visión mística, se curó de la dolencia vertebral. Poco a poco sus extraños males fueron desapareciendo de la misma forma misteriosa en que habían aparecido.
El 13 de Febrero de 1.926, padeció la gran visión de Jesús, mientras sufría arrodillado en el Huerto de los Olivos y, más tarde, cuando fue crucificado. El Viernes Santo de 1.926, bajo estado de trance, revivió intensamente la Pasión de Cristo, hasta el extremo de que en su cuerpo aparecieron estigmas. Durante el estado de éxtasis, pronunció algunas palabras en arameo (lengua que desconocía), que supuestamente correspondían a las mismas palabras que Jesús pronunció en la cruz. Se estableció una especie de comunicación diúmnica entre Teresa y Jesús durante el trance de la crucifixión de éste.
Las llagas y heridas surgieron en su cuerpo en los mismos lugares que la tuvo Jesucristo. Las heridas provocaban hemorragias abundantes que al cesar se cubrían por costras delgadas, para volverse a activar intensamente durante las sucesivas Semana Santa.
Los estigmas eran heridas y llagas auténticas distribuidos por las manos, los pies, los costados y la frente. Todos ellos correspondían con las heridas que mediante clavos, lanzas y corona de espinas le hicieron a Jesús. Las copiosas hemorragias continuaron durante treinta y dos años consecutivos cada Viernes Santo. Las pérdidas de sangre abarcaban toda la Semana de la Pasión, desde el viernes hasta el domingo, momento en que misteriosamente cesaban y volvía a recuperar la normalidad.
Durante estas extraordinarias hemorragias, la mujer llegaba a derramar medio litro de sangre en cada ocasión, y perdía hasta cuatro kilos de peso. A partir de Julio de 1.927 incluso producía lágrimas de sangre y sudaba gotas de sangre. El resultado de las hemorragias, unido a que prácticamente no tomaba alimentos sólidos, provocaba situaciones de anemias graves, que le impedían levantarse de la cama, así como una extremada falta de vitalidad. En condiciones normales, tenía que haber muerto, aunque inexplicablemente no moría.
Esta situación fue considerada milagrosa por el crédulo obispo Ratisbona, quién estaba asombrado ante las prodigiosas heridas que rememoraban las mismas de la crucifixión de Jesús. La situación de paranormalidad biológica en que se encontraba Teresa estuvo constantemente vigilada por el Dr. Weisl. Se formó una comisión de estudio de los fenómenos que detectó que la producción de los estigmas se debía a heridas de viejos clavos invisibles, de configuración planiforme y cuadrangular. Los clavos, sólo existían a nivel psicógeno en su mente, parodiando psíquicamente los clavos que debieron causar las heridas de Jesús. Los inexistentes clavos inferían en el organismo de la vidente, convirtiendo lo imposible en realidad.
Teresa Neumann, murió el 18 de Septiembre de 1.962, mientras seguía manifestando sus estigmas. Científicos de todo el mundo estudiaron los síndromes de su misteriosa enfermedad. Los profesores y doctores Ewald, Hilgenreiner, Hynek, Killerman, Martini, Stölkl, Titter de Lama, Witry, y el español Vallejo Nájera, no pudieron llegar a ninguna conclusión definitiva sobre los procesos internos que hicieron posible esta manifestación parabiológica de fenómenos incontrolados.
Por su parte, la Iglesia tampoco se atrevió a considerar los hechos como milagrosos. Una comisión de seis especialistas formada por científicos y expertos teólogos de la Iglesia, estudió a Teresa Neumann en su casa, durante la Semana Santa de 1.928. No pudieron determinar que fuera Dios u otra divinidad quién los produjera... En realidad, la psique era la única productora de los prodigios extraordinarios.
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