Presas de una verdadera histeria, las
diecisiete hermanas del convento de las ursulinas de Loudun gritan que están
poseídas por el diablo. Nombran al que hizo entrar en ellas al demonio: Urbano
Grandier, sacerdote de una parroquia de la ciudad, en conflicto con la
burguesía local.
Después de dos años de acusaciones,
Urbano Grandier es encontrado culpable de brujería y quemado en la hoguera. Sin
embargo, las crisis de posesión de las hermanas no terminan ahí.
Apariciones
y posesiones
En 1632, la pequeña ciudad de Loudun en
la provincia de Touraine tiene más de 14.000 habitantes, Entre mayo y
septiembre, una terrible epidemia de peste mata a más de 3.700 personas. La
población de la ciudad está desesperada, traumatizada. La calamidad es
interpretada como signo de la cólera divina: en esta atmósfera de fin del mundo
aparecen los primeros casos de posesión.
Durante la noche del 21 de septiembre,
en el convento que abriga a diecisiete ursulinas, la superiora Juana de los
Ángeles y dos hermanas ven aparecer el espíritu de su confesor, el prior
Moussat, que murió víctima de la peste algunas semanas antes.
El exorcismo de la superiora, detalle de un grabado del siglo XIX (Paris, Biblioteca Nacional). |
En los días que siguen, extraños fenómenos se manifiestan: una bola negra vuela a través del refectorio, un fantasma se pasea por los pasillos. A principios de octubre, varias hermanas manifiestan señales de demencia, gritan y ruedan por el suelo. Las contorsiones se generalizan y pronto el convento entero es afectado. Los sacerdotes acuden y la conclusión no tarda: las ursulinas están poseídas, victimas del maligno. Siguiendo la lógica de los sacerdotes, Lucifer no puede aparecer si no ha sido invocado por un brujo. Por lo tanto, en alguna parte, hay alguien culpable de este acto demoníaco.
De toda la región, luego de toda
Francia, llegan sacerdotes. Realizan sesiones de exorcismo, acorralando al
diablo, buscando al hombre que lo hizo venir. El 11 de octubre, una religiosa
poseída, según dice, por el demonio Astaroth suelta un nombre: el de Urbano
Grandier, sacerdote de la iglesia de San Pedro del Mercado, en el centro de
Loudun. Surgió un culpable, otras hermanas lo acusan a su turno y, en la
ciudad, los rumores se extienden con prontitud: Urbano Grandier es un brujo. El
pueblo ya ha juzgado.
Atestado
de una posesión
Acta establecida por el señor de
Laubardemont, encargado del sumario del proceso Grandier.
Lo que es francamente admirable,
habiéndosele ordenado en latín (al diablo) que le permitiese (a Juana de los
Ángeles) juntar las manos, se observaba una obediencia forzada, y las manos se
juntaban aunque temblando. Y el Santo Sacramento recibido en la boca, quería,
soplando y rugiendo como un león, devolverlo. Ordenado de no cometer ninguna
irreverencia se veían cesar (las manifestaciones) y el Santo Sacramento descender
al estómago. Se veían arcadas para vomitar y, siéndole prohibido hacerlo, cedía
(...) Y ordenado (el diablo) de decir el nombre del tercero (la poseída) se
convulsionaba todavía más, hundiendo la cabeza, sacando la lengua con
movimientos indecentes, soplando, escupiendo y levantándose muy alto (...) El
cuerpo de la hermana, siendo acostado sobre el vientre y tomando sus brazos
hacia atrás tuvo grandes y violentas contorsiones, como también sus pies o
manos, los que se hallaban tan unidos, e incluso las plantas de los dos pies,
que parecían pegados y amarrados por unos fuertes lazos. Varias personas
trataron inútilmente de separarlos.
Grandier,
un sacerdote molestoso
Urbano Grandier es un hombre alto y bien
parecido, vivaz e inteligente. Cautiva a su auditorio cuando sube al púlpito,
aunque se le reprocha su libertinaje y, muy especialmente, su gusto por sus
parroquianas. El asunto, hasta entonces religioso, se convierte poco a poco en
político. El hombre no entró nunca al convento de las mujeres: pero la ciudad
entera habla de él, las ursulinas lo saben y empiezan a soñar con él. Los
burgueses de Loudun critican su arrogancia y su extrema ambición. Los
capuchinos, también instalados en Loudun, aprovechan el juzgamiento de Grandier
para denunciarlo como autor de un violento panfleto en contra de Richelieu. Da
la casualidad que el barón de Laubardemont, comisario del ministro cardenal,
llega a la ciudad en septiembre de 1633, en una misión sin relación con el
asunto. Ahí sólo escucha hablar de las sucesivas crisis de las religiosas, de
los exorcistas que acoden y de las presunciones contra el sacerdote de San
Pedro. De regreso a Paris, se hace asignar la causa. El 8 de diciembre, está de
vuelta en Loudun con plenos poderes, encargado por Richelieu de instruir el
proceso contra Grandier.
Un
proceso ejemplar
Al día siguiente de su llegada,
Laubardemont hace arrestar a Grandier. Manda registrar la casa del sacerdote,
sin encontrar nada comprometedor y durante el mes de enero de 1634, recoge
declaraciones y testimonios. Del 4 al 11 de febrero, interroga a Grandier. El
sacerdote niega las acusaciones de brujería y luego rehúsa contestar las
preguntas de Laubardemont.
Una reclusa poseída, escena de la película Los Diablos, de Ken Russel (1970). |
En su convento, sometidas a exorcismos
periódicos, las poseídas aún no son liberadas. La gente va a verlas
contorsionarse, gritar el nombre de su demonio, e injuriar a los sacerdotes.
Laubardemont decide separarlas para examinar cada caso: lo que no impide al público
asistir, en masa, a los innumerables exorcismos. Los médicos, invitados por
Laubardemont para observar a las poseídas, entregan rápidamente su conclusión:
"Encontramos que en todas estas cosas las fuerzas y los medios de la
naturaleza están absolutamente sobrepasadas..." El caso está concluido:
las religiosas son victimas de lo sobrenatural. El proceso se abre el 8 de
julio de 1634. Se designan doce jueces, que llegan de pequeños tribunales de la
región. Leen los informes del sumario realizado por Laubardemont, interrogan a
las poseídas y buscan en Grandier "pruebas extraordinarias". Así, una
cicatriz en el pulgar indica el punto, antigua herida que se habría infligido
para firmar con su sangre un pacto con el diablo. La insensibilidad de un
hombro se convierte en la prueba de que el maligno se apoderó de esa parte de
su cuerpo y la hizo escapar a las leyes de la naturaleza. Estas pruebas son
consideradas decisivas. El 18 de agosto, a las 5 de la mañana, los jueces
pronuncian la sentencia. Dos horas más tarde, Laubardemont recoge a Grandier en
su prisión. Es sometido a la pregunta, es decir, torturado; luego, hacia el
mediodía, llevado a la plaza del mercado donde lo espera la hoguera. La
histeria de algunas monjas le cuesta la vida a un hombre culpable de haber sido
solamente el objeto de sus fantasías.
Urbano Grandier sometido al suplicio (grabado del siglo XIX) |
Las poseídas se han convertido en una
atracción que la gente viene a ver de lejos: las crisis, todavía
espectaculares, continúan varios años después de la muerte de Grandier, hasta
el día en que la más virulenta de las poseídas, Juana de los Ángeles, cambia de
personaje y se convierte en una visionaria habitada por Dios.
El
siglo demoníaco
En 1598, Enrique IV promulgó el edicto
de Nantes y pone fin a las guerras de religión. Rápidamente, la intolerancia
encuentra otras vías para expresarse: el siglo que comienza es más abundante en
casos de brujería y de posesión que ningún otro.
La brujería se extiende en el campo y
afecta a los pobres, la posesión se concentra en las ciudades y toca a los
burgueses. A principios del siglo XVII, decenas de casos se instruyen en
Bretaña, Franco Condado, Lorena, Alsacia, Poitou, Béarn, Provenza... Los
poseídos son más frecuentemente mujeres que hombres. Algunas adquieren
celebridad: Nicole Aubry, Juana Féry, Marta Brossier.
El caso que causa más revuelo es el
proceso de Gaufridy que se lleva a cabo en Aix-en-Provence, y que dura más de
dos años, entre 1609 y 1611. El año siguiente se publica un libro que relata
detalladamente los hechos: no puede excluirse que su lectura no influirá en los
casos posteriores, especialmente el del Faubourg Saint Jacques, entre 1621 y 1622;
de Loudun, entre 1632 y 1640; de Louviers, entre 1642 y 1647, y de Auxonne,
entre 1658 y 1663.
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