El
psíquico Gerardo Croizet
Los casos criminales y las
desapariciones de personas atraen frecuentemente a videntes deseosos de ayudar
a la policía a resolverlos. Pero ninguno de ellos ha alcanzado la notoriedad y
la eficacia del holandés Gerardo Croizet (1909- 1980).
Durante treinta años, Gerardo Croizet
llevó una extraña existencia como conejillo de laboratorio, curandero y
consultor voluntario en los casos de desapariciones de personas, accidentales o
criminales.
El
“test del asiento”
Durante más de veinte años, el profesor
Tenhaeff ha sometido a Gerardo Croizet a un experimento específico y repetitivo
destinado a demostrar sus talentos precognitivos. Se trata de adivinar de
antemano quién ocupará un asiento determinado durante un encuentre público
importante.
Una semana antes de dicha reunión,
Croizet anota sus impresiones en un papel y, luego, el día mismo y sin que haya
revelado el número del asiento escogido, los espectadores se sientan donde
quieren o reciben al azar las entradas numeradas. Una vez que la puerta se
cierra, se lee al público la predicción del vidente. Si no ha visto nada, en
general es porque el asiento está vacío. De no ser así, la mayoría de las veces
su predicción es exacta e incluso llega a revelar algunos detalles de la vida
privada de esta persona o a describir a sus vecinos en la sala.
Nacimiento
de un detective psíquico
Los poderes paranormales de Gerardo
Croizet se manifiestan desde que tenía seis años de edad y se mantienen durante
toda su infancia, desdichada y marcada por una salud deficiente. Después de la
Segunda Guerra Mundial, durante la cual es encerrado en dos oportunidades en un
campo de concentración, se convence de que su talento de clarividente puede,
por fin, dar algún sentido a su hasta entonces, triste vida. Un día asiste a
una conferencia dada por un famoso parasicólogo, el profesor Tenhaeff, de la
Universidad de Utrecht, y le propone servirle de sujeto de experimentación. Y
así comienza una asociación ininterrumpida entre ambos hombres. En marzo de
1949, la justicia holandesa pide al profesor Tenhaeff que envíe a alguno de sus
médiums al tribunal de Hertogenbosch para ayudar en un tenebroso asunto de
asesinato de menores.
Gerardo Croizet (1909-1980), aunque se especializó en casos de personas desaparecidas, el vidente holandés se interesó también por el misterioso triángulo de las Bermudas. |
Antes de llegar al tribunal, Croizet
hace a Tenhaeff un resumen indicando, las grandes líneas del caso. Los detalles
que entrega, todos verdaderos, aunque no conducen a la condena del principal
sospechoso, asombran a los jueces y a los policías, quienes no dejaron de pedir
su ayuda hasta su muerte.
Un
vidente telefónico
Entre los centenares de casos en los
cuales intervino Gerardo Croizet, hay dos que resumen muy bien sus dones de
vidente excepcional. El primero sucedió en febrero de 1961 cuando una niña de
cuatro años, Edith Kiecorious, desaparece en Nueva York. La policía de la
ciudad, que sospecha que ha sido raptada por una mujer que viajó enseguida a
Chicago, solicita la venida del holandés. Pero él rehúsa y pide, en cambio, una
foto de la niña y un plano de Nueva York. Por teléfono, les revela que la
niñita está muerta, describe con toda precisión el lugar en donde fue vista con
vida por última vez, así como al asesino. Sobre esta base, confirmada por otras
fuentes, la policía abandona la pista de Chicago y vuelve a buscar en Nueva
York en el sitio descrito por Croizet.
Finalmente encuentra el cuerpo torturado
de la niña y también al asesino, que corresponde exactamente al retrato
entregado por el vidente. En abril de 1963, un joven desaparece en La Haya,
Croizet, consultado nuevamente por teléfono, dice que ha muerto ahogado y que
se encuentra cerca de un puente. El 19 de abril, describe con mayor precisión
el lugar en donde se ahogó, pero revela que el cuerpo ha derivado en las aguas
y que será encontrado el martes siguiente dos puentes río abajo. Los diarios de
La Haya publican esta información y el día señalado, el 23 de abril, se
encuentra por fin el cuerpo en el sitio indicado por Croizet.
Un
médium frente a las candilejas
Aunque su fama mundial le produce enorme
satisfacción, Gerardo Croizet no obtiene ninguna recompensa pecuniaria de su
talento. Reparte su tiempo entre su casa, transformada en una especie de
consultorio médico donde ejerce su don de curandero, y el laboratorio del
profesor Tenhaeff, donde sus facultades de precognición son examinadas
continuamente a lo largo de los años. Croizet cuenta que sus visiones le llegan
bajo la forma de imágenes y que lo ayuda muchísimo la presencia de un objeto
que haya pertenecido a la persona desaparecida. Por extraño que parezca, estas
imágenes, que son en blanco y negro cuando la persona está viva, se vuelven de
color si ésta ha muerto, Sucede a veces que tienen una realidad tan
sobrecogedora que queda choqueado. Prefiere ocuparse de desapariciones
accidentales más que de los asesinatos, porque tiene temor de acusar a alguien
inocente por error. Los archivos demuestran que su éxito para encontrar a las
víctimas alcanza un 80% de los casos, pero el propio Croizet dice que en un 90%
de los casos de asesinaros que ha investigado no ha podido descubrir al
culpable a pesar de que ha entregado indicios importantes a la policía. Al
menos en este punto no difiere de otros videntes menos conocidos que han
trabajado en casos criminales.
El
asesino estaba en el sueño
Un aspecto desconocido de la interacción
entre los fenómenos sicológicos y las actividades de la policía lo constituye
lo que se podría llamar la "denuncia onírica”. Se trata de un fenómeno
raro, pero que muestra hasta qué punto el mundo de los sueños sigue siendo una
terra incognita (un terreno desconocido).
El sádico de Michigan. El 12 de enero de
1928, cerca de Mount Morris, en Michigan, se encuentra el cuerpo violado y
atrozmente desmembrado de uno niñita de cinco años, no muy lejos del lugar en
donde se habla atascado en el lodo un automóvil. Ahora bien, un hombre había
ayudado al conductor a salir de allí y entrega detalles bastante precisos de
éste y del auto, pero la policía no logra encontrar a ninguno de los dos. El
pánico cunde en el estado y el día del entierro de la pequeña víctima, el 16 de
enero, el joven Harold Lotridge se despierta bruscamente a unos cincuenta
kilómetros de allí con el nombre del asesino grabado en la mente. Se trata de
Adolfo Hotelling y es un hombre muy devoto a quien él conoce. Pero es
efectivamente el asesino y reconoce haber cometido otros dos crímenes
similares. En este caso, podría tratarse de una asociación inconsciente entre
la información leída en los periódicos y una persona conocida, lo que no es
igual a los dos casos siguientes.
El muerto denuncia al asesino. El 10 de
enero de 1942, en Wadley, Georgia, se encuentra el cadáver de W. C. Smith
detrás de unos matorrales, asesinado de un disparo de fusil. Dos semanas
después, la investigación está todavía estancada. La hija de la víctima, de
ocho años de edad, cuenta que su padre ha venido en sueños a revelarle las
circunstancias de su asesinato, el nombre de sus tres asesinos y el lugar donde
han arrojado el fusil y su billetera vacía. La policía la encuentra y termina
por capturar a un negro y dos blancos de quienes no había sospechado hasta
entonces.
El cadáver escondido en el heno. En a
primavera de 1955, también en Georgia, pero esta vez cerca de la ciudad de
Sylvester, desaparece una mujer llamada María Cooper. A pesar de las búsquedas,
es imposible encontrarla. El tiempo pasa, hasta que una mañana una joven
llamada Ella Weston entra a la oficina del sheriff y le cuenta que ha soñado
dos veces durante la misma noche un sueño terrible en el cual ella entra en una
casa en ruinas y descubre, bajo el heno, el cadáver mutilado de una mujer. El
sheriff y sus ayudantes encuentran finalmente el cuerpo en el estado descrito
por Ella Weston, bajo el heno en una vieja casa, y en efecto, el marido no
tarda en confesar su crimen.
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