Cuando
cae el fuego del cielo
Siempre se han contado historias sobre
hombres y mujeres alcanzados brutalmente por un "fuego” invisible que los
reduce a cenizas mientras todo lo que los rodea queda intacto.
Los casos de combustiones espontáneas de
seres humanos son numerosos en todos los países. La mayoría de ellos ha causado
la muerte de sus víctimas, por lo que la policía los ha investigado. Por esta
razón, existen numerosos documentos fotográficos sobre los sucesos más
recientes, así como excelentes informes de los expertos, aunque ninguno
proporciona una explicación de los hechos, de todos estos ataques del
"fuego del cielo" como lo llamaban los antiguos, el más espectacular
es, sin duda, el que padeció una norteamericana de 67 años, la señora Maria
Reeser.
Una
linda tarde para morir
En ese atardecer del 1 de julio de 1951,
el tiempo está muy bueno en Florida y en el puerto de San Petersburgo donde
vive la señora Reeser, aun cuando se siente que se aproxima una tormenta
subtropical. Hacia las nueve de la noche la señora Carpenter, propietaria de la
casa en la que vive la señora Reeser, pasa a saludarla y encuentra a la anciana
señora en bata, sentada en un sillón y fumando un cigarrillo. Ella es la última
persona que la vio con vida.
A las ocho de la mañana siguiente, la
señora Carpenter, quien había sentido olor a quemado cerca de las cinco,
descubre que la manilla de la puerta del departamento de la señora Reeser está
tan caliente que quema.
Pide ayuda a dos obreros y, cuando
logran abrirla con un trapo, un viento caliente escapa del interior. En el
departamento vacío, en medio de un círculo ennegrecido de cerca de un metro
veinte de diámetro, quedan algunos resortes del sillón, las cenizas de un velador
y las partes metálicas de una lámpara y lo que resta de la arrendataria: un
hígado carbonizado unido a un ligamento de columna vertebral, un cráneo
encogido al tamaño de una pelota de béisbol, un pie calzado con una pantufla de
raso negro, quemado hasta el tobillo, y un montoncito de cenizas ennegrecidas.
Nunca una combustión espontánea había sido tan completa ni tan impresionante.
Combustiones literarias
El terna de la combustión espontánea ha
sido abordado pocas veces en la literatura. A pesar de todo, existen por lo
menos nueve obras que entre los siglos XVIII y XIX, trataron al menos
brevemente este fenómeno. Cuatro son los autores norteamericanos: Wieland , la
famosa novela gótica de Carlos Bockden Brown, escrita en 1798, la Historia de
Knickerbocker de Nueva York , de Washington Irving (1809), Redburn de Herman
Melville (1849), y Por el río , de Mark Twain (1883). Tres fueron obras de
escritores ingleses: Jacob Faithful, de Federico Marryat (1833), La casa Bleak
, de Charles Dickens (1853) y Confesiones de un comedor de opio (1821 y
retomada en 1856), de Tomás De Quincey. Finalmente, dos fueron escritas por
franceses: El primo Pons , de Honorato de Balzac (1847 y El Doctor Pascal , de
Emilio Zolá (1893).
Estos autores no hablan explícitamente
de combustiones espontáneas, sino que ligan a menudo este fenómeno con una
absorción inmoderada de alcohol y moralizan sobre ello. Las dos mejores
descripciones, una de Dickens y otra de Marryat, profundamente inspiradas en un
articulo aparecido en el Times en 1832 emplean el término apropiado. Todas dan
testimonio del interés que han provocado desde hace mucho tiempo en la opinión
pública estos extraños "braseros humanos".
Autopsia
de un siniestro
El calor, extrañamente selectivo,
deformó la instalación eléctrica, fundió las velas sin afectar las mechas, un
vaso plástico pero no las escobillas de dientes que estaban muy cerca en el
baño y trizó los espejos colgados en los muros. La superficie de los espejos
estaba cubierta de un hollín grasoso por debajo de una línea situada a un metro
veinte del suelo. Por encima de este límite, el departamento estaba intacto,
con excepción de la víctima, su sillón, el velador y la lámpara. Así, el muro
detrás del sillón y un montón de diarios viejos que estaban a 20 centímetros
del círculo ennegrecido no fueron tocados. Parecería como si la explosión de
calor se produjo en un espacio restringido de un metro veinte de diámetro y el
pie que quedó indemne en su pantufla estaba fuera de este círculo fatal.
La destrucción casi total del cuerpo de
la señora Reeser, es típico de los casos de combustión espontánea, lo mismo que
la ausencia de gritos por parte de la víctima o de olor a carne quemada. Lo que
es menos común es la inexplicable reducción de su cráneo.
¡Oh cielos! Aquí están las botas de papá. ¿Donde está papá? (Grabado ingles del siglo XIX) |
Una
investigación que se estanca
La investigación que siguió a los hechos
reunió a expertos del FBI, a médicos, a especialistas en incendios criminales e
incluso a meteorólogos. Los fabricantes del sillón fueron citados para que
trataran de probar que éste no pudo incendiarse por si mismo o explotar. Todo
para llegar a ninguna conclusión y terminar con un informe policíaco poco
probatorio de que la señora Reeser se quedó dormida con un cigarrillo en la
mano, prendiendo fuego a su vestimenta. El fuego se habría propagado enseguida
al sillón, el que produjo el calor que destruyó el cuerpo, el velador y la
lámpara.
Estas conclusiones fueron contradichas
por los hechos. En efecto, para poder reducir los huesos a cenizas, se habría
necesitado una temperatura de, por lo menos, 1.650 grados, la que el simple
incendio de un sillón o de la ropa sería incapaz de producir. Por otra parte,
una temperatura como ésa habría provocado el incendio de la casa entera. A
titulo comparativo, el calor producido por un automóvil no sobrepasa los 700
grados de temperatura... Finalmente, la cantidad de hollín producido muestra
que el fuego que consumió a la señora Reeser lo hizo lentamente.
Un caso de combustión espontánea ocurrido en 1966; los restos del doctor John Irving Bentley fueron encontrados junto a su carrito de inválido en el baños de su casa, en Pennsylvania, Estados Unidos |
Las expresiones categóricas del informe
chocan con las declaraciones del detective Cass Burgess, un año más tarde: “El
asunto sigue abierto. Seguimos tan incapaces de determinar cuál fue la causa
lógica de esta muerte como cuando entramos al departamento de la señora
Reeser".
La señora Mary Reeser, fallecida el 1 de julio de 1951, víctima quizás de una combustión espontánea. |
Esta misma reflexión se han hecho todos
los policías que han investigado casos de combustiones espontáneas.
Características
e hipótesis
Las combustiones espontáneas presentan
algunas constantes: la víctima parece no tener conciencia de lo que le sucede,
el calor producido es muy intenso, el fuego no se extiende, hasta el punto que
algunas victimas han quedado carbonizadas mientras que su vestimenta ha quedado
casi intacta. Además, ningún lugar parece ofrecer protección, ni siquiera los
espacios abiertos, los barcos, los vehículos e incluso los ataúdes...
Numerosas hipótesis se han elaborado sin
que ninguna de ellas sea realmente satisfactoria. En el siglo XIX, una teoría
plantea que sólo los borrachos transidos de alcohol la han sufrido, y otra
cuestiona los fuegos de la chimenea... Más tarde se habla de misteriosas bolas
de fuego, de los efectos del aumento de la curva geomagnética de la Tierra, de
suicidio psíquico e incluso de ataques de espíritus.
En cuanto a los médicos que niegan la
realidad de este fenómeno que no logran comprender, olvidan que un cierto
número de sus colegas figuran entre las victimas de una larga lista de
combustiones espontáneas.
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