En
búsqueda del oro y la inmortalidad...
Poseedor de un antiguo manuscrito un
escribano enriquecido misteriosamente habría descubierto la piedra filosofal
buscada desde la más remota antigüedad por generaciones de alquimistas. ¿Logró
realmente realizar la Gran Obra: la transmutación de los metales?
¿Un manuscrito llegado un día a manos del escribano-librero Nicolás Flamel, le abrió las puertas de la transmutación del oro? |
La historia de la alquimia occidental
comienza en el siglo XII en España, en ese entonces frontera entre el mundo
occidental y el mundo árabe. Los católicos recuperan poco a poco la península
Ibérica y se apropian de los tesoros de las bibliotecas árabes, ricas en textos
sobre medicina, matemáticas, astronomía y alquimia. Los europeos descubren los
escritos de Djabir ibn Hayyan y Muhammad ibn Zakariyya al-Raza (Geber y Rhazes
en latín), alquimistas árabes de los siglos VIII y IX, a su vez herederos de
una sabiduría transmitida desde la Antigüedad. En los siglos XII y XIII, además
de las traducciones de los textos árabes, numerosos manuscritos originales
circulan por Europa. La mayoría no son más que libros de recetas químicas
elementales, sin alcance esotérico. Es difícil determinar los autores y las
fechas: a menudo, los alquimistas utilizan nombres ficticios. En los siglos XIV
y XV, la alquimia alcanza el apogeo de su gloria.
El
lenguaje alquímico
La lectura de una obra alquímica, como
la de Abraham el Judío que utilizó Nicolas Flamel, es extremadamente ardua para
un no iniciado. El lenguaje alquímico parece abstracto, absurdo,
incomprensible: en realidad, es esotérico y místico saturado de códigos, de
símbolos, de referencias que confunden al profano. Trampas y desvíos se
suceden.
«El alquimista considera esencial esta
dificultad de acceso, ya que se trata de transformar la mentalidad del lector a
fin de hacerle capaz de percibir el sentido de los actos descritos», explica el
escritor francés contemporáneo Miguel Butor. «El lenguaje alquímico es un
instrumento de extrema agilidad que permite describir operaciones con precisión
y, al mismo tiempo, situándolas con respecto a una concepción general de la
realidad.»
El
libro de Abraham el Judío
En los alrededores de 1330, nace en la
ciudad francesa de Pontoise Nicolás Flamel. Aunque sus padres son de extracción
modesta, aprende a leer y a escribir el francés así como un poco de latín con
los monjes benedictinos. Se convierte en aprendiz de escribano de maese Gobert,
luego compra un cargo de jurado-librero-escribano. Su bufete, que lleva el
emblema de la flor de lis, está situado cerca de la iglesia Saint
Jacques-la-Boucherie, de la que aún sigue en pie la famosa torre Saint-Jacques.
Ahí lleva las cuentas de pequeños
comerciantes, enseña a los burgueses a firmar con sus nombres, copia e ilumina
manuscritos: aún no existe la imprenta. Según sus relatos, un ángel se le
aparece una noche mientras duerme y le muestra un libro extraordinario. Sin
embargo, despierta antes de poder leer su contenido. Intrigado, conserva el
recuerdo del sueño. En 1357, un hombre entra en su tienda y le ofrece un
volumen encuadernado en cobre, Flamel lo reconoce: es el libro que vio en las
manos del ángel. No duda y lo compra por la suma de dos florines. La obra
firmada por Abraham el Judío, lleva en la primera página una maldición
destinada a los que osaran ir más lejos en su lectura a menos que fueran
sacerdotes o escribanos. Siendo lo último. Flamel se siente protegido y empieza
a leer. El libro proviene seguramente de las pertenencias abandonadas por un
judío que fue arrestado o que huyó precipitadamente para escapar de la hoguera.
Contiene tres cuadernillos de siete hojas, en total veintiuna hojas cubiertas
de textos alquímicos que Flamel no comprende.
La
ruta de Santiago
Durante casi veinte años, Nicolás Flamel
intenta descifrar los misteriosos cuadernillos con la ayuda de su mujer,
Pernelle. No abandona su tienda, pero cada tarde pasa varias horas absorto en
el hermético manuscrito. Sin embargo, el trabajo no progresa y Flamel pierde
las esperanzas. Los alquimistas que consulta tampoco logran esclarecer el
misterioso texto. Flamel quisiera encontrar la ayuda de un sabio hebreo, pero
los judíos perseguidos desde los tiempos del muy católico Felipe el Hermoso,
huyeron de Francia o se convirtieron para perderse en el anonimato.
En 1378, durante una peregrinación a
Santiago de Compostela, Flamel encuentra a maese Canches, antiguo médico judío
convertido. Le habla del misterioso volumen y le muestra una copia de algunos
pasajes que trae consigo. Maese Canches, entusiasmado, está convencido de que
el libro se refiere a la Cábala, antigua tradición judía esotérica fundada en
la interpretación mística del Antiguo Testamento, El médico decide acompañar a
Flamel a París para ver el manuscrito original. En el camino, explica al
francés sus claves de interpretación y los dos hombres se ponen a trabajar con
los extractos traídos por el escribano, Sin embargo, maese Canches, ya enfermo
antes de su encuentro con Flamel, debe detenerse en Orleans. Agoniza durante
varios días y muere sin haber visto París ni el manuscrito original de Abraham
el Judío.
¡Por
fin, oro!
No obstante, con su ayuda, Flamel
aprendió lo suficiente como para proseguir sus investigaciones. Durante dos
años, estudia el manuscrito y realiza experimentos. En sus textos cuenta que el
17 de enero de 1382 consigue un primer resultado: "La primera vez que hice
la proyección, utilicé mercurio y convertí alrededor de media libra en plata
pura, mejor que la proveniente de la mina, como ensayé e hice varias veces.
Según sus declaraciones, Flamel descubre el elixir blanco, el pequeño
magisterio, que transmuta el mercurio en plata. Se sabe próximo a la Gran Obra,
próximo al oro.
Tres meses más tarde, en abril. Flamel
realiza el elixir rojo, la piedra Filosofal. «Hice la proyección con la piedra
roja sobre similar cantidad de mercurio, nuevamente en presencia de Pernelle
solamente, en la misma casa, el veinticinco de abril siguiente del mismo año,
alrededor de las cinco de la tarde, y lo transmuté verdaderamente en casi la
misma cantidad de oro puro, ciertamente mejor que el oro común, más dúctil y
más maleable. A los cincuenta y dos años, el pequeño escribano posee un poder
aún mayor que el de un rey: puede fabricar oro. Sin embargo, se mantiene
discreto y no modifica sus hábitos de vida por temor a atraer la atención
La
vocación de Flamel
En uno de los libros que se le
atribuyen, el alquimista relata el origen de su vocación, el descubrimiento,
por azar, de un muy antiguo libro mágico.
«A mi, Nicolás Flamel, escribano que
desde la muerte de mis padres me ganaba la vida en nuestro arte de la
escritura, haciendo inventarios, llevando cuentas y liquidando los gastos de
los tutores y menores cayó entre mis manos por la suma de dos florines un libro
dorado muy antiguo y ancho. No esa ni de papel ni de pergamino como los demás
sino que estaba hecho de delgadas cortezas (según me pareció) de tiernos
arbustos. Su tapa era de cobre y bien encuadernada, y estaba toda grabada con
letras o figuras extrañas. Creo que podrán ser caracteres griegos o de otra
antigua lengua similar. Tanto era que no las sabia leer y yo se bien que no
eran letras latinas o galas ya que de esas entendemos un poco. En cuanto al
interior, sus hojas de corteza tenían grabados de una gran maestría y estaban
escritos con una punta de fierro en bellas y nítidas letras latinas coloreadas.
Contenía tres veces siete hojas, las que estaban enumeradas en la parte
superior, la séptima de las cuales estaba siempre sin escritura, y en su lugar
había pintada una verga y dos serpientes devorándose: en la segunda séptima,
una cruz y una serpiente crucificada, en la última séptima estaban pintados
desiertos en medio de los cuales manaban tantas bellas fuentes de las que
salían muchas serpientes que corrían por doquier. En la primera hoja estaba
escrito en grandes letras versalitas doradas. «Abraham el Judío, príncipe,
sacerdote, levita, astrólogo y filósofo a los judío por la ira de Dios,
dispersados en las Galias, os saludo. DI.» Después de eso, estaba lleno de
grandes execraciones y maldiciones (con la palabra Maranatha, que estaba a
menudo repetida) contra toda persona que pusiera sus ojos sobre él y que fuera
sacerdote o escriba.
Explicación de las figuras jeroglíficas
puestas por mí, Nicolás Flamel, escribano, en el cementerio de los Inocentes,
en la cuarta arcada (1409)
La
fortuna de Flamel
Esta historia está tomada de los textos
que se dice, fueron redactados por Flamel mismo, en los que, en realidad, no
habla jamás en forma clara sobre su método de trabajo, contentándose con evocar
sus "proyecciones". Sin embargo un hecho permanece: A partir de 1382,
Nicolás Flamel se convierte en un hombre muy rico. Participa en numerosas obras
de caridad, funda catorce hospitales, tres capillas. Los rumores sobre su
fortuna corren por la capital. ¿De dónde viene el oro? Para algunos, no cabe
ninguna duda: posee el secreto de la piedra filosofal, para otros, es
simplemente su bufete de escribano el que le asegura buenos ingresos; tiene a
su servicio varios copistas y entre su clientela se encuentran las mejores
familias de Paris.
En Trésor de Recherches et Antiquitez
Gauloises et Françoises , Burel, médico y consejero de Luis XIV, escribe en
1655: "También llegó (la fortuna de Flamel) a oídos del rey: que envió a
su casa al señor Cramoisy, relator del Consejo de Estado, para saber si lo que
se decía era verdad, pero lo encontró de la mayor humildad, utilizando incluso
vajilla de barro. Pero, se sabe, sin embargo, por tradición, que habiéndolo
considerado un hombre honesto, Flamel se sinceró con él y le dio un matraz
lleno de su polvo, que se dice fue conservado por largo tiempo en esa familia,
lo que lo obligó a proteger a Flamel de las investigaciones del rey. Después de
la muerte de Flamel, el 22 de marzo de 1417, su casa y su tumba son saqueadas
por la gente que busca el escondite de la piedra filosofal. No encontrarán
nada. El libro de Abraham el Judío reaparece, dos siglos después, en manos el
cardenal Richelieu, Actualmente, no se sube qué fue de él.
Receta
para la fabricación de oro
En su obra "De los diversos
artes" Teófilo, un monje del siglo VII que vivía en el norte de Germania y
cuyo nombre verdadero es Rogerus, nos explica cómo los alquimistas fabrican el
oro español, un oro especialmente maleable y fácil de trabajar. Antes que nada,
hace falta generar basiliscos. reptiles puestos por un gallo viejo:
"Tienen bajo la tierra una
habitación en que el techo, el piso; y todas las partes son de piedra, con dos
pequeñas ventanas tan angostas que apenas se puede ver a través de ellas.
Colocan en ella dos viejos gallos de doce a quince años, y les dan de comer
abundantemente. Cuando están suficientemente gordos, por el calor de su
gordura, se aparean y ponen huevos, Entonces, retiran a los gallos, y en su
lugar colocan sapos para empollar los huevos, a los que se alimenta con pan.
Una vez los huevos empollados, nacen polluelos machos, como los de las
gallinas, a los que al cabo de siete días, les crece cola de serpiente:
Inmediatamente si la pieza no tuviera el piso de piedra, entrarían en la
tierra. Para prevenir esto, los que los crían tienen unas vasijas redondas de
bronce, de gran capacidad, perforadas por todas partes con orificios muy
estrechos: meten a los polluelos adentro, tapando los orificios con tapas de
cobre y los entierran durante seis meses, los polluelos se alimentan de tierra
fina que penetra por los agujeros. Después de esto, sacan las tapas y les
prenden fuego hasta que los animales estén completamente quemados. Una vez
enfriados, los sacan y los muelen cuidadosamente agregando un tercio de sangre
de hombre pelirrojo. Esta sangre desecada será triturada. Ambas cosas reunidas
son remojadas en vinagre fuerte en una vasija limpia. En seguida, se toman dos
láminas muy delgadas de cobre rojo muy puro, se esparce sobre cada lado una
capa de la preparación y se ponen sobre el fuego. Cuando se han calentado al
blanco, se retiran, se apagan y se lavan en la misma preparación. Se sigue este
procedimiento hasta que la preparación haya corroído todo el cobre, de ahí el
peso y el color del oro. Este oro está lisio para todos los trabajos»
La
piedra filosofal
Según lo que se sabe de las prácticas
alquímicas en general, se puede reconstituir lo que buscaba Nicolás Plantel y
cuáles fueron estas prácticas. Desde siempre los alquimistas se han entregado a
la búsqueda de la piedra filosofal.
Representa para ellos no sólo el medio
para realizar la transmutación tan deseada, sino que es también la portadora de
la medicina universal y de la inmortalidad. Su fabricación aparece como un
proceso largo y complejo.
Para empezar, el alquimista debe extraer
la materia prima de las profundidades del suelo, luego proceder en cuatro
etapas: licuar la materia, evaporar el agua superflua para obtener un producto
viscoso, separar y purificar cada elemento de la materia y, finalmente, reunir
estos elementos o "espíritus” para formar la piedra filosofal.
Por lo tanto, el alquimista es un
experto que debe dominar varias técnicas: " La Obra al negro ", que
consiste en el arte de separar la materia de sus impurezas; " La Obra al
blanco ", que permite fabricar la piedra blanca que transmuta los metales
“viles" en plata; y " La Obra al rojo ", que produce la piedra
roja que transmuta el mercurio en oro. El lenguaje alquímico no puede ser
disociado del lenguaje simbólico: " La Obra al negro " es también la
muerte, " La Obra al blanco" , la restitución del alma al corazón
purificado, y " La Obra al rojo ", la vida eterna espiritual.
¿La
transmutación posible?
¿Podemos pensar, hoy en día, que Nicolás
Flamel logró transmutar metal común en oro? Desde el positivismo del siglo XIX
el pensamiento científico moderno considera imposible toda transmutación: ya se
sabe que el plomo, el mercurio, el oro o la plata son elementos simples. Desde
los trabajos de Lavoisier, en 1772, que marcan el nacimiento de la química
moderna, imaginar que se pueda transformar el uno en el otro es un absurdo.
Esta lógica de una ciencia segura de si misma y con respuestas definitivas ya
no es más la de los investigadores actuales, más modestos y menos taxativas que
sus antepasados. Ahora sabemos que, aunque el oro es un elemento simple, cada
uno de sus átomos está compuesto de electrones y de un núcleo de protones.
Actualmente los científicos pueden
realizar la piedra filosofal, preciada por los alquimistas con la ayuda de un
acelerador de partículas y de reacciones nucleares. El único inconveniente de
esta alquimia moderna, por lo demás inaccesible al alquimista del siglo XV, es
que cada átomo de oro producido costaría millones de veces su valor comercial.
Otra
alquimia: la alquimia china
La alquimia occidental nace alrededor de
los siglos II y III antes de Cristo, en Alejandría, luego llega a Europa por la
España árabe. Sin embargo, este arte se practicaba mucho antes, especialmente
en China. Las condiciones que enmarcaron su aparición en Asia y su evolución
podrían explicar una buena cantidad de aspectos de la alquimia occidental.
Una tradición extremadamente antigua. La
historia de la alquimia en China se confunde con la historia de la metalurgia.
Desde la edad del bronce, las poderosas cofradías de herreros dan a sus obras
un carácter mágico y envuelven la fundición con un ritual esotérico. En la edad
del hierro, bajo la influencia del taoísmo, la alquimia se convierte en una
disciplina autónoma en China. Como la alquimia occidental lo hará más tarde, se
orienta en torno de tres polos: transformación de los metales, búsqueda
cosmológica y búsqueda de la inmortalidad.
La búsqueda del oro, pero también de una
larga vida. Un texto de Sima Cian, el «Heródoto oriental» del siglo I antes de
Cristo, relata las recomendaciones del mago Li Xaoiun al emperador Wou-Ti, que
vivió un siglo antes que él: «Sacrificad en el horno, y podréis hacer venir a
los espíritus. Cuando hayáis hecho venir a los espíritus, el polvo de cinabrio
podrá ser transmutado en oro amarillo; cuando se haya producido el oro
amarillo, podréis hacer utensilios para beber y comer. Entonces vuestra
longevidad será prolongada, podréis ver a los bienaventurados de la isla
Ponglaí que está en medio de los mares. Cuando los hayáis visto y hayáis hecho
los sacrificios teng y shang, entonces vos no moriréis.» Sin duda, Wou-Ti no
pudo respetar íntegramente los consejos de su mago: a pesar de una longevidad
excepcional (ocupó el trono durante cincuenta y tres años), murió en el año 67
antes de Cristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario