Un
extraño caballero supuestamente inmortal
Durante su paso por Paris, entre 1758 y
1760, se conoce al sorprendente conde de Saint-Germain. Tanto en los salones de
la capital como en las cortes de Europa, circulan rumores insensatos acerca de
su edad, ¡tendría más de tres mil años, habría conocido a Jesucristo, sabría
fabricar diamantes y volverse invisible!
En 1745 se menciona por primera vez al
conde de Saint-Germain... Este hombre que parece tener cincuenta años y que
vive en Londres desde hace dos, es detenido ese año portando cartas favorables
a los Estuardo. Inglaterra, que acaba de reprimir la revuelta de los jacobitas,
desconfía de los extranjeros y mis especialmente de los franceses: durante
varias semanas Saint-Germain es mantenido bajo arresto domiciliario. Reconoce
entonces dos cosas: vivir bajo un nombre falso y no querer tener nada que ver
con las mujeres. La personalidad de Saint-Germain es lo suficientemente
intrigante para que Horacio Walpole, miembro del Parlamento y amigo de Diderot
y del resto de los enciclopedistas, lo cite en su correspondencia,
describiéndolo como un "hombre singular".
El
amigo de Luis XV
Saint-Germain deja Londres en 1746; ¿qué
hace entonces? No se sabe nada de él durante doce años. Según algunos, se va a
Alemania, donde se dedica a las investigaciones químicas y alquímicas. Según
otros, viaja hasta la India y el Tíbet; no existe ninguna prueba de sus periplos,
pero más tarde se constata que el conde posee un profundo conocimiento de
Oriente.
Llega a París a comienzos de 1758, e
inmediatamente envía una petición a Marigny, director de Obras y Edificios del
rey. Solicita que una casa real sea puesta a su disposición para poder instalar
ahí un laboratorio y una fábrica, prometiendo a cambio a Luis XV "el más
rico y más raro descubrimiento que se haya hecho". Abierto a la
investigación de las "artes útiles", Marigny le asigna el castillo de
Chambord, gran construcción abandonada en ese entonces. Saint-Germain instala
en las dependencias a sus asistentes, sus obreros y su laboratorio.
Sin embargo, pasa más tiempo en París
que en Chambord y, rápidamente, es invitado a los más famosos salones. Se
presenta ante a marquesa de Pompadour: ésta, seducida, lo presenta al rey. Luis
XV aprecia inmediatamente al brillante personaje que se incorpora pronto al
círculo de sus más cercanos. En estas circunstancias, Saint-Germain es descrito
como un hombre de cuarenta y cinco años, la pesar de que han pasado más de diez
desde su estadía en Londres.
Saint-Germain
y Casanova
En mayo de 1758, Casanova se encuentra
con el conde de Saint-Germain en una cena de la marquesa de Urfé. Así es como
lo describe en sus Memorias, "Saint-Germain se creía prodigio, y muchas
veces lo lograba. Su tono era decidido, pero su naturaleza era tan estudiada
que no desagradaba. Era tan sabio, hablaba perfectamente la mayoría de las
lenguas: gran músico, gran químico, de una apariencia agradable y un maestro
para atraer a las mujeres, ya que al mismo tiempo les daba afeites y cosméticos
que las embellecían, se jactaba no de rejuvenecerlas, ya que tenía la modestia
de reconocer que eso era imposible, sino de conservarlas en el estado en que
las hallaba, por medio de un agua que, según él, era muy costosa, pero que se
las regalaba (...)
Este hombre singular y nacido para ser
el primero entre los impostores, pretendía con un tono seguro, y para salir del
paso, que tenía trescientos años, que tenía la panacea y hacía todo lo que
quería con la naturaleza. Sabía cómo fundir los diamantes y de diez o doce
pequeños fabricaba uno del agua más bella sin que éstos perdieran ni un gramo.
Todas estas operaciones eran para él sólo bagatelas. A pesar de sus fanfarronadas,
sus mentiras evidentes y sus excesivos disparates, no pude encontrarlo
insolente. Tampoco respetable. Lo encontraba sorprendente, ya que me sorprendió
(...)
Este hombre singular asistía
frecuentemente a las cenas de las mejores casas de la capital, pero no tocaba
nada, diciendo que su vida dependía del tipo de comida que comía y que nadie
más podía saberlo...
Leyenda
y desgracia
Dos anécdotas auténticas provocan los
rumores acerca de los conocimientos alquímicos y la inmortalidad del conde de
Saint-Germain. Esta es la primera: posee una bellísima colección de piedras
preciosas y cierto día pretende ante el rey saber rectificar las imperfecciones
de los diamantes.
Luis XV le encarga entonces un diamante
manchado. Unos días más tarde. Saint-Germain lo trae perfectamente puro.
¿Utilizó un procedimiento químico o simplemente mandó tallar una piedra
idéntica? Es un misterio. La segunda anécdota ocurre durante una cena con la
anciana condesa de Cergy, que reconoce en él a un hombre que había conocido en
Venecia hacía cincuenta años. Quizás simplemente por entretenerse,
Saint-Germain no la desmiente: la historia da la vuelta en París.
Sin embargo, si el conde se ha ganado la
simpatía del rey, se ha desvinculado del poderoso duque de Choiseul, principal
ministro de Luis XV, que lanza una campaña para desacreditarlo. Choiseul le
paga a un bufón llamado Gauve para imitar al conde de Saint-Germain y hacerse
pasar por él. Gauve recorre los salones bajo la identidad de Saint-Germain,
contando las historias más inverosímiles: que se tomó un trago con Alejandro el
Grande, que estuvo de francachela en la boda de Casal y que, por lo demás,
conoció muy bien a Jesús, a quien le había predicho un fin trágico. También,
que había estado con Carlomagno. El fraude es pronto descubierto y Gauve es
reconocido: pero las historias se siguen divulgando. Contrariamente a lo que
espera Choiseul, el verdadero Saint-Germain no resulta ridiculizado, sino
engrandecido, rodeado de ¡un aura misteriosa!
Despechado, el ministro debe esperar
hasta 1760 para lograr deshacerse de Saint-Germain, acusándolo de espionaje.
Habiendo caído en desgracia el conde se refugia en los Países Bajos.
En los años siguientes se le ve en
Italia, en Rusia, en Saxe, en Prusia: en todas partes, intenta montar
laboratorios para seguir adelante con sus investigaciones... acerca de los
pigmentos y los colores.
La
muerte del inmortal
En 1766, se coloca bajo la protección del
rey de Prusia Federico II, pero lo deja al año siguiente. Finalmente llega a
Gottrop, en el Báltico, donde es recibido por el príncipe de Hesse. Según el
príncipe, a quien le hizo confidencias, muere ahí en 1781, a la edad de 93
años. Sin embargo, físicamente aparentaba sólo sesenta.
Apenas se conoce la noticia, muchos se
niegan a creer en la muerte del conde. Surgen los testimonios: algunos citan su
presencia en un congreso masónico en 1785, se lo ve en Venecia en 1788, habría
prevenido a María Antonieta de una inminente revolución al año siguiente,
habría asistido al congreso de Viena en 1815, un inglés lo habría encontrado en
Paris bajo Luis Felipe, otros lo habrían visto en 1905 en el Tíbet luego en
1926 en Roma. Testimonios que desgraciadamente son poco creíbles, al igual que
el relato del pequeño anticuario llamado Richard Chamfrey, transformado en
mensajero del corazón y del horóscopo de revistas para adolescentes que en 1972
intenta usurpar la identidad del ilustre personaje del siglo XVIII para tratar
de seducir a una cantante de variedades.
¿Quién
era Saint-Germain?
A pesar de la docena de seudónimos que
usa durante sus peregrinaciones, actualmente se sabe algo acerca del origen de
Saint-Germain: sería hijo natural de la reina de España Marie-Anne de Neubourg,
viuda de Carlos II, y de un noble, el conde de Melgar. Este parentesco
explicaría el tren de vida fácil que siempre ha llevado, su educación y su
cultura. Efectivamente, además de sus conocimientos puntuales de química,
Saint-Germain es reconocido por sus contemporáneos como un hombre muy sabio, un
músico hábil y un pintor de calidad.
Su longevidad y su larga juventud pueden
explicarse por una naturaleza demente y, en gran medida, por los constantes
esfuerzos del conde por prepararse físicamente. Según los testimonios, durante
toda su vida, Saint-Germain sigue estrictas dietas alimentarias, asistiendo a
las comidas pero comiendo poco, sin beber jamás: aparece como un precursor de
los adeptos de la dietética moderna. Saint-Germain, personaje excepcional que,
burlándose de los rumores, nunca los desmintió, permanece en la historia y en
la leyenda, ya que simboliza el sueño más antiguo del hombre: la inmortalidad.
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