¿Fenómeno
de histeria o caso religioso?
Alrededor de la tumba de un diácono en
el cementerio Saint-Medard de Paris, se llevaron a cabo, sucesivamente entre
1727 y 1732, ciertas curaciones milagrosas y crisis de devoción acompañadas de
convulsiones corporales.
El causante de este barullo, el diácono
Francisco de Pâris, murió algunos años antes, en 1727 a los 37 años de edad. Su
vida inspiró tal respeto a la gente modesta de París, junto a la que había
elegido vivir, que murió, como se dice, con olor a santidad. Practicaba el
ascetismo y la caridad. Sin embargo, este santo de vida ejemplar era un miembro
activo del partido de los 4 "apelantes"... es decir, un jansenista.
Una
prolongación de la disputa jansenista
En principio, el caso jansenista se
cierra con la firme condena a la herejía, por la bula papal Unigenitus (1713).
Este texto rechaza las grandes tesis sobre la gracia y la predestinación
propias de los jansenistas, pero no logra acallarlas en Francia.
Las milagros alrededor de la tumba del diácono, en el cementerio de Saint Medard (Grabado de la época) |
El jansenismo ya no es sólo el debate
teológico de una elite, sino que se ha democratizado. Los sectores populares de
las ciudades no lo ignoran y veneran, por su devoción, al clérigo jansenista.
Bajo la Regencia se constituye un partido de obispos, de monjes, de curas e
incluso de laicos, quienes apelan, del texto de Unigenitus del papa. De ahí el
nombre de "apelantes". Muchos de estos jefes son excomulgados o
destituidos después de las apelaciones de 1717, de 1720 y de 1727.
La "curación" de la pequeña Aubigan, quien enderezó su pierna con fuertes golpes de paleta. |
Sin embargo, Francisco de Pâris las
firmó todas. ¿Se puede reconocer la santidad de alguien que pertenece a un
partido condenado por la Iglesia y por la autoridad?
Milagros
y convulsiones
Pâris es el sacerdote apelante modelo,
es célebre y querido entre los pobres del barrio Saint-Medard, a quienes deja
en su testamento todos sus bienes. Las primeras curaciones milagrosas alrededor
de su tumba se producen en 1727. El cementerio se convierte rápidamente en el lugar
de encuentro de un gran número de candidatos a la curación y de simples
espectadores de todos los niveles sociales. Los fieles se acuestan sobre la
lápida para recibir la curación y recogen tierra del lugar para confeccionar
bálsamos o cataplasmas. El 15 de julio de 1731 surge la controversia: mientras
los jansenistas aprovechan la publicidad de estos milagros, el arzobispo de
París afirma, en una orden escrita, que todos estos fenómenos son falsos y que
se debe terminar con el culto a las reliquias. Veintitrés curas parisinos le
envían una petición para lograr el reconocimiento los cuatro milagros sobre los
cuales tienen un sólido expediente de testimonios. Pero las autoridades
religiosas responden con el silencio.
Entonces, como si fuesen necesarios milagros
aún más contundentes, la naturaleza del fenómeno se transformó. Las curaciones
se llevan a cabo, de ahora en adelante con largas y dolorosas crisis de
convulsiones. Estos ataques de temblores incontrolables, acompañados de
aullidos y crujidos de huesos, impresionan mucho. Los cuerpos de los sujetos
están como poseídos; torcidos y jalados hacia todos lados por una fuerza
misteriosa, que les arranca movimientos desordenados. Los ojos están
desorbitados, la boca espumante. El efecto, a veces escabroso, de estas
escenas, no escapa a la policía del rey: Lo más escandaloso, dice un
informante, es que se puede ver a algunas niñas bastante bonitas y bien hechas
en los brazos de hombres, quienes, al socorrerlas, pueden satisfacer ciertas
pasiones, puesto que ellas están 2 ó 3 horas con el cuello y los senos
descubiertos, las faldas recogidas y las piernas al aire...Llamados a
intervenir, los médicos del rey ven en este fenómeno un fraude,
Por miedo a los disturbios, el
cementerio es cerrado el 29 de enero de 1732.
Sobre
vivencias hasta la Revolución
Pero la historia no termina ahí. Algunos
poseídos continúan dando espectáculos en sus domicilios, en sótanos, o en los
salones burgueses. Pero, más que todo, la crisis cambia de naturaleza: el
cuerpo de los sujetos está preso de violentas contracciones que encogen
horriblemente los músculos. La convulsión no tiene entonces virtudes curadoras:
el poseído es un mártir, la rigidez absoluta y ahogadora del cuerpo representa
la pasión de Cristo. El socorro que brindan los espectadores es un suplicio,
pisotean y golpean al poseído y estiran desesperadamente sus miembros en un
intento por aflojarlos.
Este sufrimiento es el precio que pagan
los sujetos por demostrar, solos contra el mundo, la veracidad de los milagros.
Con el tiempo se llega aún más lejos. Ciertas mujeres terminan por creer en la
virtud de los suplicios, los más dolorosos, para probar que ellas reciben el
socorro de la gracia divina. Tales excesos se producen a partir de 1735. Todo
esto se aleja cada vez más del caso de Pâris y los poseídos, diezmados por la
prisión, condenados por el
Parlamento e, incluso, por los
jansenistas, terminan marginados y privados de apoyo, De ahí en adelante exigen
ser tratados a golpes, con barras de fierro, con espadas, con objetos
cortantes... A partir de 1745 quedan sólo algunas comunidades, totalmente
clandestinas. La indiferencien de las autoridades, del clero y del público, los
conduce a un distinto afán: la
Crucifixión. Algunos lo hacen
regularmente. Es ésta la prueba suprema, la total identificación de con el
cuerpo del Redentor ajusticiado. Finalmente a partir de 1789 no se vuelve a oír
hablar de los poseídos.
El
martirio de una poseída
Tuvo sus convulsiones y pidió socorro
como siempre. También se hizo tirar de los senos. Estaba sentada en el piso,
con su vestido cruzado bajo el mentón con dos señoritas, una a cada lado. La
que estaba a la derecha, tiraba el pezón derecho. Ambas jalaban con todas sus
fuerzas y eran además tiradas de los hombros, de manera que había 4 personas
para socorrerla. Durante esta operación la hermana Francisca gritaba ¡Tiren
fuerte, arranquen!
Ella se llenaba las manos a la cabeza y
parecía que iba a arrancarse la piel con las uñas. Con las manos a medio cerrar
sobre su vientre, intentaba sacarse las entrañas. Se apretaba el cuello con las
dos manos para ahorcarse, y entonces, con la frente arrugada y las aletas de la
nariz abiertas, se ponía morada y sus pies quedaban rígidos, como si estuviese
colgada.
Los
fenómenos de posesión
El fenómeno de los poseídos se puede
comparar con otro más corriente en la historia de la religión popular: la
posesión. Se trata de casos en los que se considera que el demonio habita el
cuerpo de un humano. Las palabras que éste pronuncia (blasfemias, invectivas) y
los gestos (en particular el desenfreno sexual) son entonces imputables, no a
su voluntad sino a la presencia del demonio en su interior. El exorcismo es la
técnica que utiliza la religión para expulsar al mal espíritu y liberar a la
víctima.
De los tiempos de Jesús. Los relatos de
posesión y de exorcismo no están ausentes en la Biblia.
En el evangelio según San Marcos, por
ejemplo, Jesús conoce a un hombre que está «poseído por un espíritu impuro», de
una violencia tal que «nadie tenía ya fuerza para domarlo y no podían siquiera
amarrarlo con una cadena». Jesús ordena a los demonios salir del cuerpo del
hombre y encarnarse en los cerdos de una piara que pasaba por las proximidades.
Entonces los animales se arrojaron al mar y se ahogaron, pero «aquel que había
sido demoníaco» fue salvado.
En la época moderna. En Europa las
posesiones ocurren, generalmente, en las mismas zonas donde ha habido olas de
brujería (el norte de Francia, Lorena. Alemania y los Países Bajos). Al
contrario de la brujería la posesión es un fenómeno individual, que atañe más a
los citadinos que a los campesinos; además, suscita más compasión que
represión. Las más célebres son las victimas de posesión en Aix-en-Provence
(1609), las de Loudun (1632- 1640) y en Louviers (1642-1 647).
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