La
muerte de Julio César
El 15 de marzo del 44 antes de Cristo, a
Las 11 de la mañana, César fue asesinado. Veintitrés golpes de espada derriban
al dueño de Roma. Se cubre el rostro con su toga para no ser desfigurado, pero,
antes de morir, en un último gesto de decencia, esconde sus piernas debajo de
su vestimenta.
Julio César (Vaticano, Museo Pío Valentino). |
Señales
inquietantes
Sin embargo, el 15, día de los idus de
marzo, poco faltó para que la intriga fracasara. Según el historiador Suetonio,
autor de Vida de César, mucho antes de estos hechos aumentaron los presagios
que debieran haber despertado la desconfianza de la víctima. En primer lugar,
Spurinna, el arúspice, es decir, el sacerdote que lee el destino en las
entrañas de las víctimas, advierte a César que correrá un gran peligro el día
de los idus de marzo. Luego se descubre en Capua la tumba del fundador de la
ciudad, Capys: el monumento contenía una extraña tablilla de bronce, con la
siguiente inscripción:
"Cuando hayan sido descubiertas las
osamentas de Capys, un descendiente de Iule (que César redama por ancestro)
caerá por los golpes de sus deudos, y pronto Italia expiará su muerte por medio
de terribles desastres..."
A esto se agrega el extraño
comportamiento de los caballos que César ha consagrado al dios del Rubicón,
después de haber franqueado este río con su ejército y desatado la guerra civil
de la cual salió vencedor. Unos días antes de la muerte del dictador, estos
animales se priva(n) obstinadamente de la comida y derrama(n) abundantes
lágrimas (Suetonio). Finalmente, la víspera de los idus, un pájaro reyezuelo
que llevaba una rama de laurel es despedazado par otros pájaros en la sala
donde debe reunirse el senado.
Una
noche agitada
A medida que se aproxima la fecha fatal,
las señales se hacen más precisas. Durante la última cena de César, éste
discute con sus invitados acerca de la mejor manera de morir. El prefiere
"la más inesperada", que se cumplirá. En las horas siguientes, su
sueño se agita, probablemente perturbado por esta conversación. Sueña una
pesadilla en la que vuela sobre las nubes y aprieta la mano del dios Júpiter.
Aún más inquieta, su mujer, Calpurnia, sueña que el techo de la casa se
desploma y que sostiene en sus brazos a su marido, que ha sido apuñalado.
Muy asustada por estos sueños, Calpurnia
le ruega a César que no salga. Este cede: le pide a su amigo Marco Antonio
mandar que se devuelvan los integrantes del senado. Pero Brutus, el hombre a quien
César considera como su hijo y que forma parte de los conjurados, asiste a la
cena. Consciente de que la conspiración está a punto de fracasar, interviene de
pronto. Insiste que tal comportamiento no es digno del César. ¿Es acaso hombre
que se deje impresionar por sueños y vanos presagios? Estas palabras convencen
finalmente al dictador de no cambiar sus planes.
El
día del crimen
César sube a su litera y se dirige hacia
el senado. A su paso un hombre se aparta de la multitud, le entrega una nota e
insiste que la lea enseguida. Pero Julio César se distrae. ¿Qué contiene
entonces este mensaje, que lo hace tan urgente? Nada menos que la revelación de
la intriga...
En el trayecto, se encuentra además con
el sacerdote Spurinna. Le hace notar bromeando "Y bien, llegaron los idus
de marzo". Así es, responde tranquilamente el adivino, llegaron, pero aún
no han pasado... Sin inmutarse, Julio César sigue su camino. Cuando llega a su
destino, los sacerdotes ofrecen los sacrificios. Inmolan víctima tras víctima,
sin resultados. Sólo obtienen malos presagios. Y cuando el dictador,
decepcionado, se vuelve hacia donde se está poniendo el sol, los sacerdotes ven
una señal aún más siniestra. Finalmente, César entra en la curia donde se
encuentran reunidos los senadores. Su escaño de oro ya está rodeado por un
grupo de veintitrés senadores. Un vigésimo cuarto se quedó afuera para evitar
que Marco Antonio pudiese socorrer a su amigo. Sin sorprenderse por esta
aglomeración, Julio César avanza con confianza y se sienta. Los senadores
siguen estrechando el cerco. Se levanta para repelerlos, pero uno de ellos tira
su toga. Es la seña esperada. Los conspiradores empuñan la espada que llevaban
escondida entre los pliegues de su ropa. Todos golpean al César: un solo golpe
será mortal. Sorprendido de encontrar a Brutus entre sus asesinos, Julio César
habría exclamado su famoso: "Tú también, hijo mío". ¿Tuvo tiempo de
darse cuenta de que hubiera sido mejor escuchar los presagios, y no a su
corazón o la voz de una presunta razón?
Predecir
el futuro
En Roma, dos categorías de hombres
ejercen sus talentos de adivino y dan a conocer la voluntad de los dioses: los
augures y los arúspices.
Los augures. Son los expertos oficiales.
Están agrupados en un colegio que tiene, según las épocas, entre seis y quince
miembros. El augur usa un bastón encorvado con el cual define en el cielo o en
la tierra el espacio (llamado tempíum) en el cual observará las señas celestes:
fenómenos meteorológicos tales como truenos y relámpagos, indicaciones
proporcionadas por el vuelo de los pájaros. También se fija en los auspicios
(expresión que significa examinar a los pájaros), observando el apetito de los
pollos sagrados. Descubre presagios en el movimiento de cuadrúpedos o de
serpientes y toma además en cuenta en sus predicciones, incidentes ocurridos
durante la adivinación. En Roma, todo acto público debe ser consultado a los
augures: la convocación y la llegada de las asambleas, el nombramiento de los
magistrados, la partida de los ejércitos a la guerra... Sin embargo, el poder
real de los augures, importante bajo la monarquía, disminuye con el tiempo, de
manera que a fines de a república su consulta es una mera formalidad.
Los arúspices. Son los sacerdotes de
rango inferior. Frecuentemente considerados charlatanes, Catón el moralista
dice de ellos: «Dos arúspices no pueden mirarse sin reírse». Según una
costumbre de origen etrusco, observan las entrañas de animales sacrificados,
sobre todo bestias con cuernos. Examinan los pulmones, el bazo, los riñones, el
estómago, el corazón y especialmente el hígado. EL estado sólo recurre a ellos
para completar los auspicios oficiales.
Los
presagios según Suetonio
Los últimos días (antes de su muerte),
el César se entera de que las manadas de caballos, que había consagrado al dios
del río, al franquear el Rubicón y que había dejado sin guardia, se privaban
obstinadamente de alimentarse y derramaban abundantes lágrimas. Además mientras
sacrificaba, el arúspice Spurinna le advirtió «que tomara precauciones frente a
un peligro que no se postergaría más allá de los idus de marzo».
La víspera de estos mismos idus, un
pájaro reyezuelo que llevaba una rama de laurel volaba hacia la curia de
Pompeya. Abandonando los árboles vecinos varios pájaros de diferentes especies
lo persiguieron y lo despedazaron en esta misma habitación. Durante la noche
anterior al asesinato, César se vio en sueños volando sobre las nubes y
apretando la mano de Júpiter; por su parte su mujer Calpurnia soñó que el lecho
de su hogar se desplomaba y que sostenía a su marido, apuñalado entre sus
brazos, luego, de pronto la puerta de su habitación se abrió sola...
Suetonio, César, LXXXI traducción de
Henri Ailloud, Les Belles Lettres, 1931.
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