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La Esfinge de Guiza |
Uno de los monumentos más misteriosos y
emblemáticos del mundo es objeto de una extrema e insólita hipótesis sobre su
verdadera antigüedad.
Hace pocos años, dos geólogos ucranianos lanzaron una nueva
propuesta de datación del todo provocativa; tan provocativa, de hecho, que
hubiera valido la pena ver las caras de sorpresa que pusieron los egiptólogos
más ortodoxos.
El punto de partida de estos dos expertos se sitúa en el
cambio de paradigma iniciado por West y Schoch, que pretendía superar la visión
ortodoxa de la egiptología aludiendo, por un lado, al posible origen remoto de
la civilización egipcia y, por otro, a la prueba física de la erosión por agua.
Y así, al inicio de su argumentación encontramos un
firme alegato a favor de una datación basada en fundamentos geológicos, pero
también una muy infrecuente alusión —por lo menos para un científico ortodoxo—
a Helena Petrovna Blavatsky, promotora de la llamada Teosofía.
Pues bien, según estos geólogos, debía tenerse en cuenta que
esta autora, gran referente de una historia de la Humanidad en clave esotérica
u ocultista, había afirmado que la construcción de la Gran Esfinge debía
datarse en una época muy anterior a la raza actual de hombres, por lo menos en
más de 750.000 años. Así pues, los autores dedican el contenido del artículo a
aportar un compendio de pruebas de carácter geológico que, de alguna manera,
podría corroborar esta hipótesis proveniente del mundo esotérico.
Las teorías de Blavatsky han vuelto a la actualidad gracias
a esta nueva datación. Pero vayamos al núcleo de la cuestión. Las observaciones
de Manichev y Parkhomenko se centran en el aspecto muy deteriorado que presenta
el cuerpo de la Esfinge, dejando de lado los rasgos erosivos del recinto o
cubeta donde se encuentra, que sí habían sido objeto de estudio por parte de
Schoch. Así, los geólogos ucranianos se fijan especialmente en el relieve
ondulado que presenta la Esfinge en forma de salientes y oquedades. La
explicación ortodoxa para esta acusada característica se basa en el supuesto
efecto abrasivo del viento y la arena.
Concretamente, las ondulaciones se deberían a que las capas
de roca más duras soportarían mejor la acción erosiva y se convértirían en
salientes, mientras que las capas más blandas habrían resultado más afectadas,
formando huecos. Sin embargo, como apuntan Manichev y Parkhomenko, este
argumento no explica por qué la parte frontal de la cabeza de la Esfinge carece
de tales características.
Con respecto a la tesis de las fuertes lluvias formulada por
Schoch, los autores apenas le conceden unas pocas líneas, reconociendo que
hacia el 13000 a.C. se dio un periodo de alta humedad. No obstante, insisten en
que los efectos erosivos sobre la Esfinge deben remontarse a una época mucho
más antigua.
Pero… ¿sobre qué indicios o pruebas? Esto es lo que vamos a
abordar seguidamente. Fue el impacto de las olas Lo que Manichev y Parkhomenko
argumentan es que las zonas montañosas y litorales del Cáucaso y Crimea, que
ellos conocen bien, presentan un tipo de erosión eólica que morfológicamente
difiere en mucho de la erosión apreciada en la Esfinge. Esencialmente, alegan
que tal erosión eólica tiene un carácter muy suave, independientemente de la
composición geológica de las rocas. En cambio, su investigación previa sobre
cierto tipo de erosión en las áreas costeras les había llamado la atención por
cuanto podía tener una conexión con lo que se puede advertir en el cuerpo de la
Esfinge.
Así pues, estos geólogos proponen un nuevo mecanismo natural
que puede explicar las ondulaciones de la Esfinge. Este mecanismo no es ni más
ni menos que el impacto de las olas sobre las rocas de la costa. En concreto,
esta acción acuática produce —a lo largo de cientos o miles de años— la
formación de una o varias capas de ondulaciones, hecho que es bien visible, por
ejemplo, en las costas del Mar Negro.
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Muro oeste de la Gran Esfinge mostrando las marcas de erosión -según los geólogos ucranianos-producto de las olas. |
Este proceso, que
actúa de forma horizontal (esto es, cuando las olas golpean la roca a la altura
de la superficie), va produciendo un desgaste o disolución de la roca, ya sean
aguas dulces o saladas. Además, estos acantilados «ondulados» permiten apreciar
los diversos niveles de la costa a lo largo de extensos periodos de tiempo,
siendo la oquedad superior la que muestra el mayor nivel alcanzado por las
aguas.
El caso es que la observación de estas oquedades en la Gran
Esfinge les hizo pensar que tal vez este gran monumento habría sido afectado
por este proceso en un contexto de inmersión en grandes masas de agua, y no en
las regulares inundaciones del Nilo, que no habrían jugado ningún papel
destacado.
Acto seguido, Manichev y Parkhomenko apuntan a que la
composición geológica del cuerpo de la Esfinge es una secuencia de estratos o
capas de piedra caliza con pequeñas capas intermedias de arcillas, y que una
erosión abrasiva por arena y viento hubiera afectado de manera uniforme al
monumento siguiendo las diferentes capas geológicas, pero lo cierto es que las
oquedades se presentan dentro de diferentes estratos o bien sólo afectan a una
parte de un estrato homogéneo.
Muro oeste de la Gran Esfinge mostrando las marcas de
erosión —según los geólogos ucreanianos— producto de las olas. A partir de este
punto, los geólogos consideran que la Esfinge tuvo que estar sumergida durante
muchísimo tiempo bajo las aguas y, para sustentar esta hipótesis, echan mano de
la literatura existente acerca de los estudios geológicos realizados en la
meseta de Guiza.
Según estos estudios, al final del periodo geológico del
Plioceno (entre 5,2 y 1,6 millones de años), las aguas marinas penetraron en el
valle del Nilo inundándolo progresivamente y creando en la zona de Guiza
grandes depósitos lacustres.
De este modo, como se puede observar en la oquedad más alta
que presenta la Esfinge, la cota superior a la que habrían llegado las aguas
sería de unos 160 metros por encima del nivel actual del mar Mediterráneo (hoy
en día la meseta de Guiza se encuentra a 149 metros de altitud sobre el nivel
del mar). Humanos antes de la Humanidad
A continuación, Manichev y Parkhomenko, basándose en un
trabajo de 1963 del profesor ruso F. Tseiner que identifica las diferentes
fases o niveles de las aguas en el Mediterráneo durante el Pleistoceno (entre
1,6 y 0,01 millones de años), toman la altura de la oquedad superior apreciable
en la Esfinge y la relacionan con el nivel de la fase Calabríense, que
correspondería —según Tseiner— a una antigüedad aproximada de unos 800.000
años.
Posteriormente, afirman los autores, una vez superada la
etapa de inmersión lacustre, otros procesos naturales habrían deteriorado más
el monumento, en particular la acción abrasiva de la arena, que habría
suavizado las formas en los salientes y oquedades.
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Fósil de erizo de mar. |
En definitiva, ¿qué tenemos? En primer
lugar, un nuevo golpe a la teoría convencional del deterioro a causa
exclusivamente del viento y la arena, que de todas formas ya había sido
fuertemente criticada por West y Schoch, quienes recordaron que, durante
muchísimos siglos, el cuerpo de la Esfinge estuvo sepultado por las arenas del
desierto, con lo cual poco efecto podría haber tenido la erosión eólica.
Sin embargo, donde Schoch veía claramente la acción de los
regueros de agua a causa de las continuas lluvias, los geólogos ucranianos ven
el efecto de la erosión producida por el contacto directo de las aguas de los
lagos formados en el Pleistoceno sobre el cuerpo de la Esfinge. Por otra parte,
para añadir más leña al fuego, cabría recordar que el también geólogo K. Lal
Gauri, colaborador de Lehner, había rechazado el argumento de la erosión por
agua, proponiendo en su lugar la acción de otros factores erosivos de tipo
químico, como la exfoliación o la lluvia ácida, que habrían agravado el
problema original de la erosión eólica.
¿Y quién tiene razón?
Para un lego en
cuestiones geológicas se hace complicado emitir un juicio equilibrado, más si
cabe viendo que los propios profesionales no se ponen de acuerdo sobre
observaciones supuestamente objetivas. Al final, cada facción parece recurrir a
sólidos argumentos y, en este caso, para no ser menos, los geólogos ucranianos
han tomado referencias contrastadas de los estudios geológicos de la meseta de
Guiza y de otras fuentes.
Ahora bien, desde el punto de vista arqueológico, la teoría
de Manichev y Parkhomenko se muestra muy extrema por cuanto coloca un gran
monumento en una era donde ni siquiera había Homo sapiens sobre el planeta, de
acuerdo con los patrones evolucionistas actualmente aceptados. Pero hay más.
Recordemos que —según se ha demostrado— los dos templos megalíticos adyacentes
a la Esfinge fueron construidos con la piedra extraída de la cubeta de ésta.
En otras palabras, cualquier propuesta de datación de la
Esfinge arrastra directamente a estos dos destacados monumentos a la misma
época. O sea, ¿qué civilización pudo realizar tales construcciones hace 800.000
años?
Si ya para la Egiptología era un despropósito situar la Gran
Esfinge hacia el 10000 a.C. —porque supuestamente «no había civilización» en
tal época en ningún lugar de la Tierra—, hablar de humanos civilizados en el
Pleistoceno debe ser todo un anatema. Claro está que para la Teosofía esto no
sería ningún disparate, pues en aquella época existiría una raza humana más
evolucionada que la actual… Crónicas antiguas
Sea como fuere, antes
de cerrar esta nueva —y muy audaz— intrusión de la geología en el ámbito
arqueológico, sería oportuno señalar que el tema de los antiguos monumentos
egipcios afectados por una gran inundación no es una propuesta nueva. Por un
lado, tenemos las referencias de los cronistas árabes que hablan directamente
de un Diluvio que afectó a las pirámides.
Así, Ibn Afir, citado por Al-Maqrizi, dice textualmente:
«Las huellas del Diluvio y del nivel alcanzado por las aguas se distinguen
todavía hacia la mitad de la altura de las pirámides, pues no pasaron de ese
límite. Dicen que cuando las aguas del Diluvio se retiraron, encontraron
solamente el pueblo de Nehauend (…), las pirámides y los templos de Egipto».
No hace falta añadir que tales afirmaciones no son tomadas
seriamente por los académicos, al considerarlas como parte de las muchas
leyendas surgidas con el paso de los siglos y que los árabes recogieron en la
Edad Media sin ningún tipo de ánimo historicista. Pero, por otro lado, existen
otras opiniones y observaciones modernas que de algún modo podrían apoyar
indirectamente la propuesta de Manichev y Parkhomenko, si bien la gran cuestión
por aclarar seguirá siendo —obviamente— determinar en qué periodo concreto tuvo
lugar dicha inundación parcial o total de la meseta.
A este respecto, el investigador independiente egipcio
Sherif El-Morsi, tras estudiar la meseta de Guiza durante 12 años, escribió un
artículo en el que sostenía que existe una clara prueba de erosión por agua en
las partes más bajas de la necrópolis, pero no por fuertes lluvias, sino por
una gran inundación que situó el nivel de las aguas a 75 metros por encima del
actual nivel del mar. P
ara El-Morsi, no hay duda de que la inundación cubrió varios
monumentos de la meseta, según ha podido observar en el templo de la Esfinge,
los restos del templo de Menkaure, los fosos de las barcas solares y al menos
veinte hiladas de la Gran Pirámide.
Para el investigador egipcio, la acción de las aguas, su
paulatina retirada y la erosión sufrida por las piedras una vez expuestas a la
intemperie, han dejado huellas físicas inequívocas, sobre todo apreciables en
los enormes bloques megalíticos de caliza de los templos ya citados.
Para no extendernos en detalles técnicos, diremos que
El-Morsi advierte un fuerte desgaste de los bloques por saturación de agua;
luego, al retirarse las aguas, se acumularon sedimentos y se formaron típicos
taffoni, unos pequeños huecos redondeados en la piedra producidos por una
reacción química salina que erosiona la superficie de ésta. Además, alude al
aspecto tan corroído de algunos bloques, hasta presentar formas grotescas, lo
que sería el testimonio irrefutable de la acción de la fuerza de las aguas
(mareas, oleajes, rocío de la bruma marina, turbulencias…), a lo que habría que
sumar la habitación de organismos acuáticos. Fósil de erizo de mar. Y
precisamente para rematar su tesis, El-Morsi destaca como prueba definitiva de
la inundación en relación con los monumentos el hallazgo que él mismo hizo
sobre la superficie de un desgastado bloque megalítico.
Allí identificó un fósil de erizo de mar —o sea, su
exoesqueleto petrificado— prácticamente entero. A esto cabe decir que los
escépticos han refutado este fósil como «moderno», al considerarlo parte
integrante de la propia roca calcárea formada hace unos 30 millones de años,
que luego fue trabajada y convertida en bloque. Esto es, el erizo simplemente
habría quedado expuesto por la erosión y en modo alguno sería un añadido «reciente».
No obstante, El-Morsi sigue creyendo que el fósil no tiene
un origen tan remoto, pues estaba asentado en una posición horizontal «natural»
sobre el bloque y mostraba un notable estado de conservación, tanto en su
tamaño como en sus detalles, a diferencia de los minúsculos fragmentos de fósil
que suelen hallarse en las formaciones calcáreas… En resumidas cuentas, sigue
la polémica geológica. Schoch ya había apreciado erosión por agua no sólo en la
Esfinge, sino también en sus templos contiguos. A su vez, Manichev y
Parkhomenko afirman que la Gran Esfinge habría estado parcialmente sumergida en
las aguas que cubrían Guiza en el Pleistoceno, según el típico patrón de
erosión acuática en forma de salientes y oquedades. Y finalmente, El-Morsi nos
habla de una gran inundación que cubrió buena parte de la meseta de Guiza, tal
como se observa en el deteriorado aspecto de muchos bloques de los antiguos
monumentos. De todas formas, el experto egipcio no se atreve a poner una fecha
a tal inundación.
Preguntas cruciales Así pues, la pregunta final sería:
¿En qué momento de la Prehistoria se habría producido la
inundación que habría afectado a ciertas obras humanas?
¿Se trata del testimonio del Gran Diluvio que supuestamente
tuvo lugar al final de la última Edad del Hielo, hace unos 12.000 años?
¿O estamos hablando de unas remotísimas inundaciones que los
geólogos ucranianos sitúan en el distante Pleistoceno, hace 800.000 años?
La datación de la Esfinge y otros monumentos de la
Antigüedad dependería de una respuesta certera a esta cuestión, cuyas
repercusiones afectan al origen mismo de la especie humana. Por Xavier
Bartlett.
Fuente: Despierta al futuro
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