El hombre siempre ha soñado con encontrar
aquellas fabulosas remotas civilizaciones que cuentan múltiples mitos y
leyendas. Y a pesar de los miles de años transcurridos y de las
múltiples catástrofes sufridas por este planeta a lo largo de su dilatada
historia, todavía se van encontrando vestigios que ayudan a completar el
puzzle. Generalmente se encuentran esporádicas y limitadas pruebas
de la existencia de otros hombres y de otras culturas e imperios remontándonos
en el pasado hasta unos 15.000 años.
Una de las últimas sorpresas que nos ha
deparado la Paleontología ha sido el
descubrimiento del «hombre de Leakey», en Olduvai (Tanzania), de una edad estimada máxima de un millón de
años. Pero este hallazgo de los Leakey, eminente familia de paleontólogos y antropólogos, constituye
tan sólo un hecho aislado. Aunque luego
se han encontrado otros restos más antiguos de homínidos en distintas partes
del mundo que han ampliado la posible antigüedad del hombre hasta unos pocos
millones de años.
Evidentemente esta antigüedad del ser
humano en la Tierra anula cualquier posibilidad de coexistencia con los grandes
dinosaurios.
Por otro lado los paleontólogos se siguen
preguntando por qué estos animales prehistóricos tan numerosos y resistentes
desaparecieron súbitamente de la faz de la Tierra. ¿Cómo puede explicarse este
singular hecho? La repentina extinción de estos millones de gigantescos saurios
que dominaban los antiguos continentes del planeta era, en efecto, una
incógnita fascinante. Muchos de esos gigantescos saurios habrían permanecido o
se habrían transformado, adecuándose a las nuevas necesidades de sus hábitats.
Pero nada de eso ocurrió.
En
1980 un grupo de investigadores liderados por el físico Luis Álvarez (Premio
Nobel) descubrieron, en las muestras tomadas por todo el mundo de las capas
intermedias entre los períodos Cretácico y Terciario de hace 65 millones de
años, una concentración de iridio cientos de veces más alta que lo normal. El
final del cretáceo coincide con la extinción de los dinosaurios y de los
ammonites.
Plantearon así la llamada “Hipótesis de
Álvarez”, conforme la cual la extinción de los dinosaurios y de muchas otras
formas de vida habría sido causada por el impacto de un gran meteorito contra
la superficie de la Tierra hace 65 millones de años. El nombre de la hipótesis
se debe a los dos científicos que propusieron la hipótesis en 1980: Luis
Álvarez y Walter Álvarez (padre e hijo).
Para demostrar esta hipótesis, las
investigaciones se centraron en encontrar una capa en la corteza de la Tierra
con niveles elevados de iridio. Los niveles del iridio son generalmente más
altos en asteroides y otros objetos extraterrestres. La evidencia del iridio
fue descubierta anteriormente al descubrimiento del cráter de Chicxulub, en la
península de Yucatán.
Por tanto, si consideramos que el último dinosaurio murió hace unos 65
millones de años, y que los hombres u homínidos (que se sepa) habitaron la
Tierra desde hace unos 4 millones de
años, entonces parece imposible que un hombre jamás hubiera visto un
dinosaurio. Sin embargo, hay evidencias de que realmente los hombres y los
dinosaurios vivieron juntos en el pasado. Y esto solo se puede explicar con dos
alternativas: o el hombre ha estado en la Tierra hace más de 65 millones de
años o han existido dinosaurios hasta épocas mucho más recientes de lo que
pensamos.
Juan José Benítez (Pamplona, 7 de
septiembre de 1946) es un periodista español, conocido por sus trabajos en
ufología y su serie de novelas Caballo de Troya. En 1975 escribió su obra “Existió
otra Humanidad”, en la que he basado parte de este artículo.
Se han encontrado dibujos en cuevas, en la
región del Gran Cañon del Colorado y otros lugares, que parecen mostrar
dinosaurios, mamuts y otros animales extintos. Asimismo, hay una cantidad de
leyendas que parecen relatos de encuentros entre hombres y dragones, una
versión mitológica de los reptiles gigantes.
En
la epopeya de Gilgamesh (3000 aC) se dice que mató a un dragón gigante que
devoraba árboles y otras plantas. En dos capítulos del libro de Daniel en la
Biblia hay un recuento de un dragón que los babilonios adoraban. Alejandro
Magno y su ejército dijeron que encontraron un dragón que estimaron tener una
largura de 33 metros, un una cueva en la India. En China hay una gran cantidad
de leyendas y dibujos que indican que reptiles gigantes vivieron allá en el
pasado. Incluso mencionaban que una familia real usó algunos reptiles grandes
para tirar de su carruaje.
También la gente de los países nórdicos
construyó sus barcos con representaciones de dragones marinos. Se habla de un tipo de dragón que tenía grandes patas
traseras y patas delanteras cortas, igual como sabemos que existieron por los
huesos fosilizados. De relatos más recientes tenemos recuentos de héroes que
mataron dragones. Se dice que Beowulf y San Jorge mataron dragones y sus
descripciones corresponden de manera notable con las reconstrucciones modernas
de varios tipos de dinosaurios.
Del el siglo 10 d.C. nos llega un relato
irlandés en que hay una descripción de un estegosaurio. Nerluc, en Francia,
debe su nombre de un hombre que mató un dragón cuya descripción es muy parecida
a esa de un triceratops. Libros de ciencia y escritos de naturalistas del siglo
XIV indican que los dragones eran aún animales vivientes, aunque ya casi
extinguidos.
Hay
varios recuentos de reptiles voladores en la historia. Herodoto describió
correctamente las características de un reptil reconocido por restos fósiles en
tiempos modernos. La tribu de los Sioux se refiere a un pájaro de trueno. Su
descripción y dibujos coinciden con ese dinosaurio volador que hoy llamamos
teranodon. En Inglaterra se reportó un
reptil volador durante el siglo XV.
También actualmente hay informes de
testigos que han visto algunos tipos de reptiles gigantes, caminando, nadando o
volando, en Australia y en África, cerca
de bosques tropicales, en varios lagos del mundo y en el mar. El más famoso
lugar es Loch Ness, donde miles de personas han visto y fotografiado un
monstruo, que parece un tipo de Plesiosauro. Pero, no es el único lugar, y hay
miles de testigos que han visto reptiles gigantes en otras partes del mundo.
Pero todos estos descubrimientos y relatos
han quedado empequeñecidos, aunque la ciencia oficial los ignora, por los
descubrimientos efectuados hace unos cuantos años en un lugar de Perú,
situado en un desierto blanco y
pedregoso del Departamento de Ica, por el doctor Javier Cabrera. Ica es un
departamento que está ubicado al oeste del Océano Pacífico y al
norte de la región de Nazca, lugar famoso por sus enigmáticas
pistas El doctor Cabrera habría
descubierto la más sorprendente prueba de la existencia de otra civilización
que pobló el planeta posiblemente hace
millones de años, ¡en la época de los Dinosaturios!
A diferencia de los restos antes mencionados
a los que se aplican una serie de teorías y conjeturas sobre la existencia de
homínidos remotos. Esta vez se trataba de múltiples pruebas materiales. El
doctor Cabrera había logrado reunir en su casa de la ciudad de Ica hasta un
total de 11.000 piedras en las que aparece grabado el más antiguo mensaje del
que tenemos noticia.
Son once mil piedras de todos los tamaños
en donde una remota civilización recopiló sus conocimientos. Hay desde algunas
muy pequeñas, de apenas 50 ó 100 gramos, hasta otras de 40 o más kilos. Y en
ellas pueden verse grabados con conocimientos en astronomía, zoología,
medicina, biología, etc… Y viéndolas se
tiene la impresión de que la vida en el planeta probablemente llegó del
espacio.
Las piedras de Ica describen una
civilización que al parecer habría llegado a convivir con los dinosaurios. En
una de las piedras se muestran grandes
saurios prehistóricos. Allí se explica la manera de destruir al stegosaurus, un
saurio prehistórico perteneciente a la rama de los dinosaurios blindados y que
vivió en el período Jurásico. En el altorrelieve de la amarillenta piedra
pueden distinguirse las placas óseas verticales que se extendían a todo lo
largo del lomo del animal, así como la doble fila de placas que protegían a
este dinosaurio. Y también vemos en su cola una serie de pinchos, que le
servían como arma defensiva.
Esta civilización también grabó el ciclo
biológico del stegosaurus no sólo para ofrecer un conocimiento de zoología,
sino también para explicar que la única forma de exterminar a este saurio era
destruyéndolo desde sus formas más primitivas. Puede verse una
hembra del stegosaurus, que se diferencia del macho por su cuello más
largo, así como también el proceso de metamorfosis que sufrían las crías. Junto
al stegosaurus adulto también grabaron las crías. Primero sin patas, luego con las dos patas
anteriores y después con las patas posteriores. A esto se le llama metamorfosis.
Sin
embargo la Paleontología enseña que los reptiles prehistóricos no
experimentaban metamorfosis. Los nuevos
saurios nacían de un huevo, pero ya con su forma definitiva. Por lo tanto lo
que se indica en las piedras no encaja con lo que enseña la ciencia actual.
Hasta ahora habíamos creído que los reptiles prehistóricos nacían de los huevos
con sus formas completas. Pero estos grabados nos están mostrando lo contrario.
Nadie podría reflejar un conocimiento tan
exacto del ciclo biológico de un animal si no lo hubiera observado
meticulosamente. En una de las piedras varios hombres portan armas y están
hiriendo al animal, ya que se supone que estos grandes saurios amenazaban la
vida de aquella civilización.
Durante la Era Secundaria muchas especies
de estos enormes saurios se extendieron por todos los continentes y mares. Y el
hombre de aquel tiempo suponemos que no tuvo más remedio que declararles la
guerra. Por eso en estas piedras, cuando aparecen escenas de caza de
dinosaurios, siempre se extienden las matanzas hasta las crías de los animales antediluvianos. De esta
forma, con la muerte del macho y de la hembra y la destrucción de los huevos y
las crías conseguían un exterminio prácticamente completo. Rompían su ciclo
biológico.
Los altorrelieves cubren la superficie de
la piedra, explicando primero el ciclo biológico del stegosaurus para pasar a
continuación a otra secuencia desconcertante. Dos hombres de extrañas caras se
habían situado sobre el lomo del animal. Y parecían atacar al gran saurio. El
stegosaurus medía unos seis metros de longitud. Y aunque parece ser que se
alimentaba de vegetación, puede comprobarse en las piedras que también atacaba
al hombre. Pues bien, ésta parece ser una de las razones por las que esta
civilización prehistórica emprendió
también la guerra contra el stegosaurus.
Este enorme saurio tenía en la cabeza un hueso
tan débil que con un golpe se le podía matar. Pero, ¿cómo se las arreglaban
estos cazadores para llegar hasta el cráneo? Según puede verse los dos seres
parecen caminar sobre el lomo del animal prehistórico.
El stegosaurus, como otros reptiles,
disponía de un cerebro normal y de un ganglio pélvico que regía el automatismo
de la parte posterior del cuerpo del animal. Esto ha sido reconocido por la
Ciencia actual. De ahí que se les haya llamado también saurios de doble
cerebro.
En su columna vertebral se producía un
ensanchamiento superior al del cerebro propiamente dicho y que tenía por
finalidad el control de esa zona posterior del gran saurio. Pues bien, los
cazadores subían por la cola —concretamente por el estrecho corredor que
quedaba entre las dos hileras de placas óseas— y llegaba hasta la altura de la
cintura escapular. Esa doble dependencia era fatal para el animal, puesto que
hacía insensible su cola. Y esto lo
sabían los hombres de las piedras grabadas. Ascendían por el lomo del saurio
hasta que éste sentía algo sobre la zona del ganglio pélvico. En ese instante
el stegosaurus volvía la cabeza y el cazador le podía romper el cráneo de un
golpe.
Se
han llegado a reunir series de grabados para otras especies de saurios, como el
triceratops, el tyrannosaurio, el megaquiróptero (murciélago gigante), el stegosaurus y el agnato.
De estos animales se dispone series completas, mientras que de otros se tienen
solo series parciales. Por ejemplo, sobre el agnado, peces sin mandíbulas,
hay más de 100 piedras. pude comprobar
la evolución, la clara metamorfosis de este pez prehistórico que vivió en
nuestros océanos en el período Devónico (Era Primaria o Paleozoica) y al que se
le señala, por tanto, más de 320 millones de años.
Según indica la Paleontología, estos peces
sin mandíbulas son los primeros vertebrados conocidos. Sus restos se encuentran
ya en el período Silúrico, pero son comunes sólo durante el referido período
Devónico. Algunos —sigue afirmando la Paleontología— vivieron en el mar, y
otros, en agua dulce. La única especie de agnato conocida en la actualidad fue
encontrada en Vietnam. La mayor parte disponía de un casco óseo alrededor de la
cabeza y parte frontal del tronco, así como gruesas escamas también óseas sobre
el resto del cuerpo.
Hay
varias piedras de gran peso con grabaciones de este mismo tipo de pez
sin mandíbulas, pero, con una sensacional diferencia respecto a las anteriores
piedras. En este caso, el agnato aparecía devorando una pierna humana. Estos
peces eran gigantescos. Los agnados actuales son muy pequeños. Es decir, con
estos peces prehistóricos sucedió exactamente igual que con los grandes
reptiles de la Prehistoria. Los descendientes» actuales han visto reducido su
tamaño hasta extremos insospechados.
En otras enormes piedras hay también
grabaciones y altorrelieves con otros tipos de dinosaurios. Así como con el
stegosaurus no había mucho peligro para los cazadores, no sucedía lo mismo con el tyrannosaurio.
Este formidable monstruo carnívoro tenía el cuello corto y robusto y la cabeza
provista con poderosas mandíbulas. La Paleontología asegura que hizo su
aparición a finales del período Cretácico, es decir, hace más de 65 millones de
años. Tenía quince metros de longitud y seis de altura, y sus patas delanteras
eran tan cortas que, según parece, no podían llegar hasta la boca.
El tyrannosaurio era sin duda
uno de los más terroríficos e implacables enemigos de esta civilización
prehistórica. Y contra él fue dirigida gran parte de la operación de
destrucción. Pero la táctica para exterminarlo no podía ser idéntica a la
empleada en el caso del stegosaurus. En una de las piedras se reproduce la
figura de uno de estos feroces monstruos del Cretácico. Y junto a él se
ven hombres que portan armas. El
tyrannosaurio era un animal sumamente peligroso. ¿Qué hacían entonces los
cazadores?
En primer lugar, tal y como ve en la
piedra, le dejaban ciego. De esta forma, otro cazador podía ascender por la
cola y lomo del animal, golpeándole en la cabeza. Pero, no en cualquier punto
del cráneo. El arma que porta el hombre tiene una especie de rayado. Y en la
cabeza del tyrannosaurio han grabado también otro punto, con un rayado idéntico
al del arma. Pues bien, eso parece indicar
que debían golpear al monstruo prehistórico en una zona concreta del
cráneo.
Estas nociones precisas de la anatomía de
un tyrannosaurio, de un stegosaurus, de un triceratops, etc., así como de sus
ciclos biológicos, sólo pueden revelar un conocimiento profundo de la fauna
existente en aquella remota época. Un conocimiento que sólo podría producirse
de haber coexistido con dichos seres.
Distribuidos a la perfección entre las dos
caras de otra piedra puede verse un enorme pájaro, aparentemente mecánico,
sobre el que vuelan dos seres que portan sendos telescopios y con los que miran
hacia la tierra. Pero, ¿qué buscaban aquellos hombres? La respuesta estaba
también en el grabado. A ambos lados de la piedra, y coincidiendo precisamente
con su parte inferior, aparecen los grabados en altorrelieve de dos
dinosaurios. Un tercer hombre, idéntico a los que se encontraban sobre el
pájaro, descendía hasta el lomo de uno de los dinosaurios y mientras se sujetaba al pájaro con una
especie de cable, con la otra mano hundía un cuchillo en el cuerpo del animal.
En aquel grabado también hay otros tres
elementos sorprendentes. Se trata de lo que parecen ser tres lunas situadas en distintas posiciones
del cielo en el que se movía el gran pájaro. Parece ser que estos seres habían
conseguido vencer la fuerza de la gravedad y disponían de aparatos voladores
que en las piedras aparecen representados como pájaros.
Aparentemente esas máquinas voladoras les
permitieron extender su guerra contra los saurios prehistóricos a todo lo largo
y ancho del planeta. En muchos casos, como en el del tyrannosaurio, cegaban al
animal, lanzando una descarga sobre el mismo. Esto les permitía descender desde
sus aparatos voladores para rematar al monstruo o bien ascender hasta su cabeza
por la cola y el lomo.
Esta es una de las más impresionantes
piedras de la gran biblioteca de piedra. Allí se mostraba la existencia de una
civilización con tecnología avanzada. Hasta el momento, ninguna de las teorías
a favor de la existencia de remotas civilizaciones se había podido apoyar en
pruebas tan concluyentes. Según se
deduce de los distintos grabados, el hombre prehistórico luchó intensamente
contra los dinosaurios y demás reptiles. Fue una guerra a muerte, sin tregua.
Una guerra que fue más allá que la matanza de los saurios, puesto que se rompió
el ciclo biológico de estos animales prehistóricos, anulando así la
supervivencia de estas especies.
Muy probablemente la combinación de estas
matanzas masivas y el formidable cataclismo explican esa súbita extinción de
los más formidables y terribles animales
que jamás hayan poblado la Tierra. De no haber sido por estas razones, tal vez hoy seguirían poblando y dominando el
planeta.
Según las piedras también parece que en
aquella época remota la Tierra tenía tres satélites. Se deduce que un posible
desfase en el magnetismo de la Tierra fue provocando un desajuste en las
órbitas de dos de estas Lunas, que terminaron por caer sobre el Planeta. Este
impacto terrorífico convulsionó los continentes y océanos, provocando una
formidable catástrofe. Pero, ¿cuándo tuvo lugar realmente dicho cataclismo? Las
piedras grabadas parece tienen la respuesta.
Un detalle fundamental a la hora de
valorar las piedras labradas es que su tamaño está en proporción directa a la
importancia del tema que se relata en dichas piedras. Esto querría decir que,
cuanto más pesada fuera la piedra y cuanto más trabajo y esfuerzo se hubiera
empleado a la hora de la grabación, más trascendental era la información que se
exponía. De ahí, por tanto, que los altorrelieves señalaran generalmente conocimientos mucho
más decisivos que los simples grabados. Éste era el caso, por ejemplo, de la
pesada piedra referida al stegosaurus,
Así sucede igualmente con otra formidable
mole de piedra de media tonelada en la que se muestra una matanza de hombres por parte de los
dinosaurios. En aquella descomunal piedra pueden verse unos altorrelieves en que
se muestra como saurios prehistóricos de varios tipos devoran y atacan a
hombres. Es curioso que otras piedras en que estos hombres grabaron también
ciervos, caballos y una extensa gama de animales, son más pequeñas. Pero en
este caso, con los grandes reptiles, no ocurre lo mismo. Casi todos están
grabados en piedras de gran tamaño y peso. Casi todos en altorrelieves. ¿Por
qué razón?
Todo parece indicar que en estos casos,
cuando se toca el tema de los dinosaurios, no se trata ya de cacerías más o
menos deportivas. Se trata de la guerra
de aquella civilización contra sus mortales enemigos. Por eso plasmaban estas
escenas en piedras mayores, con altorrelieves. En demostración de lo que
decimos hay otra gran piedra en que se muestra que el hombre no debía
aproximarse ni entrar en el lugar que
señala la roca labrada. Si lo hacía, podía morir. En esta piedra se está
señalando un área donde vivían dinosaurios adultos y las formas intermedias de
éstos. Eran terrenos de dominio de los grandes saurios.
En otra de las piedras grabadas puede
observarse un hombre que sostiene un
extraño corazón. Y junto al hombre se encuentra un reptil prehistórico de gran aleta dorsal y
que, según la Paleontología, apareció en el Carbonífero Superior, subsistiendo
hasta el período Pérmico Medio. Es decir, en plena Era Paleozoica o Primaria.
Este grabado nos está revelando el profundo conocimiento que tenía aquella
civilización de la fisiología y anatomía de sus innumerables enemigos.
En una
serie de piedras dedicadas a los saurios prehistóricos se pueden
distinguir hasta 37 tipos distintos de grandes saurios, perfectamente
clasificados por la Paleontología, así como otros muchos, desconocidos aún para
la ciencia moderna. Todas las piedras y todas las series están vinculadas entre
sí. Y buena prueba de ello es una serie
que reflejaba los hemisferios oriental y occidental del Planeta,
grabados en dos pesadas piedras circulares. Hemisferios donde apenas si se
pueden reconocer los continentes que hoy habitamos. Hemisferios que constituían
el globo terráqueo… hace millones de años. Y en estas piedras de los viejos
continentes hay varias desconcertantes
sorpresas: allí aparecen grabados lo que parecen ser continentes hoy
desaparecidos y que hemos dado en llamar Atlántida y Mu. Y en dichas masas
continentales figuran las razas que los poblaron.
Pero la piedra más sorprendente de las
encontradas es una en dos de las caras laterales de la roca se ven tres seres —idénticos en su fisonomía
a los que aparecen en las restantes piedras grabadas— que portan catalejos y
que miran hacia la parte superior de la piedra, en que pueden observarse
estrellas, cometas, nebulosas, constelaciones
y toda una serie de signos, Parece que representan trece constelaciones,
que incluyen las Pléyades y las doce constelaciones conocidas Aquellos tres
astrónomos observan la bóveda celeste, perfectamente grabada en la parte
superior de la piedra. Y parece que para aquella civilización, las Pléyades
tenían una importancia significativa.
Las Pléyades, según Isaac Asimov, es
considerado como un pequeño cúmulo de estrellas de brillo moderado de la
constelación de Tauro. Nueve de las estrellas del cúmulo son suficientemente
brillantes como para poder ser observadas a simple vista, aunque algunas de
ellas se encuentran muy juntas y es difícil distinguirlas por separado. Este
cúmulo ha sido denominado por la mitología las Siete Hermanas. Cuando en 1610 Galileo enfocó su telescopio
hacia las Pléyades, comprobó que podía contar sin esfuerzo 36 estrellas.
Los astrónomos han estimado que la
distancia media entre las estrellas del cúmulo de las Pléyades equivale sólo a
un tercio de la separación interestelar media en las proximidades de nuestro
sistema solar. Hoy se sabe que el grupo entero se encuentra a unos 400 años-luz
de nosotros y que abarca una región del espacio de unos 70 años-luz de
diámetro. Aún cuando las Pléyades son el cúmulo más grandioso de cuantos se
pueden observar a simple vista, no constituyen sino una muestra sumamente
pálida del espectáculo que se nos ofrece a través del telescopio.
Pero en el firmamento de esta gran piedra
también está grabado nuestro Sistema Solar. En este grabado aquellos seres nos
indican que eran capaces de observar el Cosmos Y por descontado que con simples
catalejos habría sido imposible observar constelaciones que están tan alejadas
de la Tierra. Esta civilización nos está señalando que tenían capacidades de
visión telescópica y que podían dirigir sus aparatos de astronomía hacia
aquellos lugares del Universo que desearan, escrutando así las maravillas del
espacio.
Pero en esta fantástica piedra hay algo
más. En muchas de las grabaciones se repiten unos símbolos que probablemente
constituyen una clave para la lectura de
estas piedras. Esos símbolos, en una determinada posición, parece que
significan vida inteligente, mientras que en otra posición indican que no hay vida inteligente. Pues bien, este
elemento se encuentra también repartido aquí y allá, entre las distintas
constelaciones y astros que han quedado grabados en esta bóveda celeste.
En efecto, unas diminutas hojas rayadas,
así como unos extraños rombos y pequeños cuadrados aparecen grabados en las
distintas figuras que representan las nebulosas y planetas. Parece que estos
seres tenían conocimiento de la existencia de vida en el espacio exterior y que
estaban observando si hay vida en el firmamento. Y si la interpretación de los
símbolos es correcta, parece que en las Pléyades había vida inteligente.
Aquí hay que aclarar que la edad del terreno donde se han extraído estas
piedras (Ocucaje y Nazca) pertenecen a
una de las placas antiguas del planeta.
Su antigüedad, por tanto, sería francamente difícil de precisar. Quizá entre
200 y 500 millones de años. Pero, ¿Quién puede saberlo realmente?
Según el doctor Cabrera, el descubridor de
la biblioteca de piedra, parece que la
edad en que vivió esta civilización que grabó las piedras podría ser
contabilizada, más que por años, por ciclos solares. En el estudio de las
piedras se pudo observar que esta civilización
contaba el tiempo en meses de 28 días. Al multiplicar esos 28 días por
13 constelaciones se obtienen 364 días, que se supone era la duración del año
en aquella época. O sea, que la Tierra empleaba en aquellos tiempos un total de
364 días para cubrir una vuelta completa en torno al Sol.
Pero, ¿por qué 364 días? ¿Y por qué
nuestro mundo da hoy 365,25 días en completar esa misma órbita? Esta era la
primera de las trascendentales pruebas que ofrece esta piedra sobre la
antigüedad de la gente que la grabó.
Nosotros llamamos año al tiempo que la Tierra necesita en dar una vuelta
completa alrededor del Sol. Y según los más avanzados cálculos astronómicos,
ese movimiento de traslación se cubre en 365 días más unas pocas horas.
Y, ¿a qué es debida esta diferencia entre
el año de 364 días de aquella civilización y el nuestro de 365,25 días? Está demostrado que el Sol pierde materia. Y
está demostrado también que esa pérdida de materia, aunque mínima, tiene unos
efectos concretos sobre los planetas que giran alrededor del astro rey. Al
perder materia, la atracción ejercida por el Sol sobre los astros que se mueven
en torno suyo es ligeramente menor. Esto provoca un alargamiento de la elipse
que dibuja la Tierra en su órbita alrededor del Sol. ¿Y qué sucede cuando la
elipse de la Tierra se alarga? Lógicamente, que el año también se alarga.
Entonces, ¿no será que ese día y esas
horas de más nos están midiendo realmente el tiempo transcurrido entre el
hombre que grabó estas piedras y nosotros? Si llevamos estos razonamientos a
cifras matemáticas sabemos que cada 100 siglos se produce un segundo de
diferencia. Según estos cálculos esta civilización habría existido hace 840
millones de años. Probablemente hay algún cálculo incorrecto, ya que esta
antigüedad, incluso para los dinosaurios, parece excesiva. Pero lo que si parece indicar es una
antigüedad de muchos millones de años.
Entre los signos que aparecen grabados en
la bóveda celeste de la piedra se observa un corneta. Además del zodíaco, con
trece constelaciones también figura nebulosa Cabeza de Caballo, denominada así
por su semejanza con la cabeza de un caballo. Una nebulosa que la Astronomía
califica como oscura y que se encuentra situada en las proximidades de una de
las estrellas del cinturón de Orión. Y además de las constelaciones, del cometa
ya citado, de los planetas y de la nebulosa Cabeza de Caballo había otros
elementos. Y uno de ellos parecía un eclipse anular de Sol.
Y el
24 de diciembre de 1973 el cometa Kohoutek estuvo más cerca que nunca de
la Tierra en su viaje por el cosmos. Y se registró igualmente el eclipse anular
de Sol. La Luna se colocó durante unos segundos ante el disco solar, formando
un majestuoso anillo. Y Venus y Júpiter se situaron en la posición señalada por
los astrónomos y por las grabaciones en aquella piedra de Ica.
Eran, pues, 13 elementos zodiacales, 2
planetas, la Luna, el Sol, la nebulosa Cabeza de Caballo y el cometa Kohoutek,
coincidiendo con la más absoluta precisión. En total, 19 factores. Había que
descartar, necesariamente, la coincidencia. Los seres que habían grabado
aquella piedra habían tenido conocimiento de la existencia de este cometa.
Los astrónomos dijeron en un principio que
el cometa Kohoutek tenía una órbita de
10.000 años. Poco después rectificaron y la incrementaron hasta los 40.000. Por
último dejaron sentado que la órbita del Kohoutek era más bien parabólica y
algunos astrónomos barajaron cifras de millones de años para su órbita.
.
Las piedras nos estaban cuantificando el
tiempo transcurrido entre aquella civilización y la nuestra. Podemos percibirlo
a través de la fauna ya extinguida, de los continentes que desaparecieron y por
la propia diferencia de la morfología de aquellos hombres.
Pero, si hace tantos millones de años hubo
otros seres humanos, ¿cuántas civilizaciones, todavía desconocidas y olvidadas,
poblaron igualmente nuestro mundo entre el entonces y ahora?
Hay que reconocer que todo lo relacionado
con la biblioteca de piedra de Ica parece realmente fantástico, aunque resulta difícilmente concebible que
sean falsificaciones de los indígenas de la zona. Lo que es cierto es que con
métodos como el Carbono.14 es prácticamente imposible determinar la supuesta
gran antigüedad de estas piedras. Las razones principales en favor de la
fiabilidad de estas piedras lo constituyen los conocimientos que aportan y que
parecen difíciles de imaginar en los indígenas de la zona y por el ingente
trabajo que implicaría grabar estas miles de piedras y darles una patina de
antigüedad. Pero cada uno es libre de sacar sus propias conclusiones.
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