El
chico de Tordesillas
Estamos más que
acostumbrados a ver en el mundo del cine y la literatura fantástica muchos
casos en los que se representan a los visitantes de otros planetas de un modo
poco amistoso. Equipados con tecnología todavía imposible para nosotros, nos
fulminan y nos paralizan con sus rayos cósmicos para después esfumarse ante
nosotros a la velocidad de la luz. Y como suele suceder, la realidad suele
superar a la ficción.
Existen muchos
casos documentados de estas extrañas
”agresiones”, hoy, por lo extenso del tema, os dejo el más sonado en España en los últimos tiempos,
el caso conocido como “El niño de Tordesillas”, que sacó a la luz Iker Jiménez
hace unos años.
1 de Octubre de
1977. Tordesillas (Valladolid)
Un grupo de
niños corretean y juegan en las afueras del pueblo. Están jugando al “bote la
malla”, una variante del juego del escondite. Dos niños, Martín Rodríguez Rodríguez
y Fernando Caravelos, ambos con siete años de edad, se alejan del grupo en
busca de un refugio seguro en el que esconderse y se dirigen hacía un antiguo y
semiderruido corral próximo a la carretera Valladolid-Zamora. El corral se
encuentra en el linde de Tordesillas y ya está anocheciendo, un lugar solitario
y alejado en el que los niños confían no ser encontrados por el “buscador” del
juego en el que están inmersos.
Martín Rodríguez "El niño de Tordesillas" |
El lugar es conocido por los niños y saben que en alguna ocasión alguna persona se ha refugiado en el corral por la noche. Por precaución, el pequeño Martín lanza una piedra sobre la tapia. Un sonido seco y metálico semejante “a la chapa de los automóviles cuando chocan” sonó al otro lado. El extraño sonido sorprendió a los dos niños, pues allí dentro tan solo había una antigua maquina de labranza en desuso y ambos sabían que el sonido que habían escuchado no pertenecía al golpe con dicha máquina.
Con precaución
entraron al corral y la sorpresa fue mayúscula cuando, en un rincón del corral
descubrieron un extraño artefacto parecido a “una gran lágrima de metal”,
sostenido sobre tres gruesas patas, y envuelto en mil y un colores que llegaba
a hacer visibles las vigas y recovecos de aquel corral sin techo…
El
extraño artefacto:
El objeto medía
unos 2.80 metros de alto por 1.95 metros de ancho y se encontraba posado en
tierra emitiendo un sonido muy tenue. Tres ventanas circulares a modo de “ojos
de buey” por las que surgía una luz muy parecida a los colores rosas y azulados
de las pompas de jabón parecían escrutarlo desde la oscuridad. La forma de
ovni, según los testigos (el testigo), era como una pera metálica o como el
gorro típico de Semana Santa pero más ancho por su base. Las patas, aferradas
al suelo, tenían una serie de líneas en zigzag que las recorrían de arriba
abajo. En pleno centro de su estructura, una puerta dividida en dos como las de
los ascensores, se dibujaba cerrada y con un color metálico brillante.
Asimismo, y en el lateral derecho, una especie de tobera formada por varios
cilindros sobresalía envuelta en una especie de vapor condensado. Al elevarse
también pudieron observar unos pinchos en la base de las patas.
Maqueta del supuesto ovni relatado. Realizado por el artista Marcos García para la web de Jose Antonio Caravaca |
La
agresión:
Tras unos
instantes, el objeto comenzó a elevarse
con un movimiento de balanceo. Fernando saltó hacia atrás a la desesperada e
intento agarrar a Martín para apartarlo de un halo de luz que surgía del centro
del objeto. Pero no pudo hacerlo. El muchacho había quedado atravesado por un
haz fino y semejante “a las líneas de luz solar que se ven a través de las
persianas” que cruzaba la estancia y le traspasaba el abdomen. Fernando,
visiblemente asustado, intentó una y otra vez “quitar los rayos” del cuerpo de
su amigo, pero fue en vano. Salió al exterior gritando para avisar a los demás.
En el interior del corral, Martín seguía con las manos aferradas al estómago,
pero sin poder zafarse de una daga de luz que lo mantenía allí sujeto.
“La sensación que tuve fue que algo se me
metía en el interior de la tripa. Algo que me dejaba enganchado sin permitir
moverme adelante ni atrás. Fue entonces cuando comencé a marearme y a sentir
que se me iba el sentido. Esa fue la última imagen que tuve, Creo que caí hacia
atrás al tiempo que aquello aceleraba recto y en vertical hacia el cielo
mientras las patas se metían dentro del aparato.”
Pocos minutos
después, Fernando y el resto de niños que habían acudido tras los gritos de
alerta, llevaban en volandas a Martín hasta su domicilio en estado
semiinconsciente. No podía articular palabra, su color se había vuelto
amarillento y tenía las pupilas completamente dilatadas.
El padre de
Martín, tras escuchar lo sucedido, supuestamente por Fernando, acude junto con
un amigo al corral donde encontraría tres huellas humeantes en posición
triangular y un círculo donde la tierra parecía haber sido abrasada. Llenaron
una bolsa de plástico con la tierra ennegrecida y volvieron a casa.
(Un posterior
estudio de la tierra por parte de Iker Jiménez, veinte años después del suceso,
arrojaría el dato de que la tierra estuvo sometida a 600º, sin más datos
relevantes.)
Las
consecuencias:
Tras los hechos
relatados, el pequeño Martín, que hasta entonces había gozado de una salud
estupenda, comienza a encontrarse mal. Sufre de dolores estomacales, vómitos y
mareos, perdidas de visión…
Tras unas
primeras observaciones por los médicos de Tordesillas, Martín es ingresado en
el hospital Onésimo Redondo de Valladolid. En este punto comienza una verdadera
odisea donde la vida del Martín Rodríguez Rodríguez pende de un hilo en varias
ocasiones. En pocos años sufrirá catorce operaciones, las recaídas y las
entradas al hospital en estado de coma se convertirán en algo rutinario para él
y su familia.
” En el colegio
se llegó a hacer una colecta para comprarme flores. Cada niño puso cinco duros.
Cuando llegué a Tordesillas me di cuenta de que me habían hecho una mortaja.
Aquello no se puede olvidar. lo que ocurre es que había vuelto a salvarme… y
esta vez nadie lo esperaba. Todos me daban por muerto…”
Increíblemente,
Martín se sobrepuso a todas las operaciones. Trece de ellas a modo de trepanación,
abriendo su cráneo para controlar el sistema valvular artificial que le
pusieron tras diagnosticarle “estenosis a nivel del acueducto de su tercio
superior” (Hidrocefalia). La infancia de Martín transcurrió entre vendajes y
heridas, con el paso de los años superó la enfermedad aunque todavía hoy en día
sufre las consecuencias de tan delicadas operaciones, pero hace una vida
normal.
Fuente:
http://tejiendoelmundo.wordpress.com/
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