A pesar de que los hombres, desde
tiempos inmemoriales, han temido al fuego, han existido, en todos los
continentes y en distintas épocas, algunos individuos que parecían haber
adquirido una sorprendente inmunidad a las quemaduras. Hace muchos siglos que existe
la práctica de caminar sobre el fuego y, sin embargo, sólo fue investigada
oficialmente por los científicos en 1937.
El caso más antiguo de resistencia al
fuego que ha sido relatado aparece en la Biblia, en el libro Tercero de Daniel:
tres intendentes del rey Nabucodonosor fueron condenados a la hoguera, pero las
llamas no parecían tener efecto sobre ellos: “Se reunieron los sátrapas, los
magistrados, los gobernadores y las personas más cercanas al rey para ver a
estos hombres y el fuego no tenía ningún poder sobre sus cuerpos, los cabellos
de su cabeza no hablan sido consumidos, sus vestidos no se habían alterado y
ningún olor a quemado salta de ellos."
En la Edad Media, el juicio de Dios tomó la forma de una ordalía de fuego: solo los justos no se quemaban. Pintura de Andrea del Sarto (Florencia, Museo de los Oficios). |
Como caso aislado, este relato podría
ser incluido entre los milagros que aparecen en la Biblia. Sin embargo, algunos
siglos más tarde, Platón y Virgilio se refirieron a unos hombres que caminaban
sobre carbones encendidos sin quemarse. Y, en el siglo III, Porfirio y su
alumno Jamblico de Chalcis escribieron un estudio sobre este fenómeno.
Del
juicio de Dios a una exhibición de salón
En la Edad Media, esta inmunidad a las
quemaduras aparecía como un don del cielo. Casi a fines de esa época, la
ordalía o juicio de Dios recurría muy a menudo al fuego, ya que los justos no
podían quemarse. En 1062, el obispo de Florencia fue acusado de corrupción por
un hombre santo llamado Pedro Aldobrandini y la polémica fue zanjada con la
prueba del fuego. Se cubrió un largo corredor de carbones ardientes y se
prendió en cada extremo una gran hoguera. Aldobrandini atravesó el corredor sin
que su piel ni sus vestiduras se quemaran y el obispo, que no quiso someterse a
la misma prueba, debió renunciar a su cargo.
El 1215, el Concilio de Letrán puso fin,
en teoría, al juicio de Dios. Pero en 1497, el prior y reformador florentino
Savonarola, acusado de herejía, pidió que se le hiriera pasar la prueba del
fuego para afirmar la justicia de su punto de vista. Se acobardó delante del
brasero y... terminó condenado a la hoguera.
En el siglo XVII, el cronista inglés
Juan Evelyn dio testimonio en su Diario de haber conocido a un traga-fuegos
llamado Richardson, que hacía demostraciones en los salones londinenses:
"Frente a nuestros ojos se comió unos carbones al rojo, mascándolos y
tragándoselos; hizo fundir un vaso para cerveza y se lo tragó entero. Colocó un
carbón ardiente sobre su lengua y encima de él una ostra cruda. Atizaron el
fuego del carbón hasta que se inflamó y lanzó chispas en su boca y permaneció
así hasta que la ostra se abrió y se coció completamente. Enseguida, mezcló pez
y cera con azufre y se lo bebió en cuanto estuvo encendido. Vi cómo esta mezcla
llameaba en su boca por un buen tiempo".
Carshalton, el 9 de abril de 1937. Ante los ojos de numerosos observadores occidentales, el indio Ahmed Hussein atraviesa un foso lleno de carbones ardientes. |
Con
la piel desnuda sobre las brasas
Desde el siglo XVII, los viajeros
comenzaron a relatar hechos increíbles que habían visto en lejanos países. El
jesuita Pablo Lejeune, a su regreso del Nuevo Mundo, relató sus aventuras con
los indios hurones en 1637: "Ustedes deben creerme pues hablo de cosas que
he visto con mis propios ojos” escribió antes de contar a sus contemporáneos
que los hurones frotaban a los enfermos con brasas ardientes y que, en ningún
caso, la piel se quemaba.
Otros relatos de personas que caminaban
sobre el fuego vinieron de Asia. Se contaba que unos hombres, con los pies
desnudos, atravesaban fosas llenas de brasas ardientes sin sentir dolor ni
quemarse.
En Papua-Nueva Guinea, de nuestros días, los nativos siguen caminando sobre el fuego |
En 1590, cuatro ingleses, entre los
cuales se contaba un médico, el Dr. Hocken, intentaron realizar en la Polinesia
esa experiencia y, ante su gran sorpresa, sólo sintieron una leve picazón. Su
relato dio lugar a un escándalo en los medios científicos londinenses y la
controversia duró unos cuantos años. Muchos científicos estaban persuadidos de
que se trataba de una superchería, ya que, según ellos, los indígenas pasaban
demasiado rápido para tener tiempo de quemarse o se protegían los pies con una
sustancia aislante o, incluso, tomaban drogas que inhibían el dolor.
Un
testimonio científico
El 9 de abril de 1937, unos
investigadores de la Universidad de Londres quisieron aclarar el asunto de una
vez por todas y reconstituyeron el experimento en una forma científica. En la
campiña de Surrey, en Carshalton, abrieron una fosa de siete metros y la
llenaron de brasas. Los termómetros registraron una temperatura de 430° C sobre
la superficie. Un joven hindú aceptó servir de conejillo de Indias.
Se comprobó que no podía haber ningún
fraude, ya que la piel de la planta de los pies del joven era fina y suave, y
enseguida éste cruzó por cuatro veces consecutivas la fosa frente a los ojos de
los científicos, quienes examinaron la piel inmediatamente después y luego al
día siguiente. El resultado fue indiscutible, ya que no había ninguna huella de
quemaduras. Otros experimentos pusieron en evidencia que al caminar, la planta
del pie no es in sensible a otros dolores.
El profesor Stephenson, al atravesar una
fosa de veintisiete metros llena de piedras ardientes en el Japón, sintió un
corte que le hizo una piedra cortante. Por lo tanto, es imposible concluir que
el pie tiene una insensibilidad total, pero pareciera que la "anestesia”
es selectiva y sólo sirve para el calor. Desde entonces, este Fenómeno ha sido
constatado por miles de testigos en diferentes puntos del globo: en África,
América del Norte, Haití, la India, la Polinesia, Malasia, el Tíbet, las
Filipinas, las islas Fidji, Japón e, incluso, en Europa, en Grecia... En la
comunidad tamul de la Isla de la Reunión, se organiza todos los años, en el mes
de marzo, una gran caminata sobre el fuego, a la que acuden miles de turistas.
Todos pueden asistir a este acontecimiento ver fotos y reportajes televisados;
el caminar sobre el fuego es un hecho evidente que nadie puede negar. Pero la
ciencia, obligada a constatarlo, ha renunciado a explicarlo.
Habría que aceptar que la medicina
occidental tiene un inmenso campo aún sin explorar, especialmente en lo que se
refiere al control de la mente sobre el cuerpo.
El
fenómeno del dolor
Todavía no se conocen completamente los
mecanismos del dolor, pero se han elaborado al respecto dos teorías. Para
algunos, el dolor, al igual que las demás sensaciones, tendría su propia red de
receptores y de conductores de la señal al cerebro. Para otros, el dolor no
tiene su propia red sino que seria el resultado de una estimulación intensa de
los receptores conocidos, como si, a partir de un cierto umbral, una sensación
normal se transformara en dolor. Las investigaciones se han orientado hacia una
hipótesis que combinarla ambas teorías, la que vería al dolor como un fenómeno
más complejo que una simple sensación específica.
Una de tas características de este
fenómeno, que ha sido muy estudiada por los fisiólogos, es la fluctuación de a
eficacia del mensaje del dolor en función del comportamiento y de la voluntad
do los individuos, ya que podrían existir controles que aún no han sido
investigados a nivel cerebro-espinal.
Un
testimonio de este siglo
Monseñor Despature, obispo de Mysore
India, asistió en marzo de 1921 a una caminata sobre el fuego y lo contó así:
“Los empleados del rey prepararon una
fosa en el parque que tenía dos metros de ancho por cuatro metros de largo y la
llenaron de carbones al rojo vivo hasta un espesor de por lo menos veinticinco
centímetros. Yo me acerqué a esta hoguera y la examiné con cuidado, ya que no
quería que me engañaran. Y bien, les puedo asegurar que era un fuego verdadero
(...) Cerca de la hoguera estaba un mahometano del norte de India, y él fue el
héroe de la fiesta (...) Yo pensé que él caminaría sobre el fuego. Pero no. Se quedó
como a un metro de distancia e invitó a uno de los empleados del palacio a
caminar sobre el fuego. Le hizo señas para que avanzara y le habló. Pero el
otro no se movía. Repentinamente, lo tomó por los hombros y lo empujó a la
hoguera. Durante los primeros segundos, el indio trató de salir del fuego.
Luego, de pronto, su cara que había expresado miedo tomó una expresión
sonriente y empezó a atravesar el foso a lo largo, lentamente. Tenía las
piernas y los pies desnudos. Cuando salió, los demás empleados lo rodearon y le
preguntaron que había sentido, Y pronto uno, luego dos, luego cinco y después
diez servidores del palacio entraron en la hoguera. Enseguida, les tocó el
turno a los músicos del palacio, entre los cuales había numerosos cristianos.
Desfilaron de a tres sobre el fuego, con sus instrumentos y sus partituras.
Observé que las llamas los rodearon y los rozaron sin siquiera inflamar las
hojas de papel.”
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